Se llama María Carvalho Dantas pero pueden llamarle cualquier cosa. Diputada en el Congreso por el grupo más majadero de todos, el que dirige el rey de los majaderos, Gabriel Rufián. Como a otras señorías, a Carvalho no se le ocurre nada y entonces es cuando sube al estrado a blasfemar (ver la escena). Y es curioso, porque nuestra neurótica habló del presunto régimen ‘cristoneofascista’. Su bagaje cultural no le da para saber que Mussolini era ateo si es que sabe quién fue Mussolini.

Pero resulta curiosa la blasfemia utilizada porque revela que en el siglo XXI la batalla no es entre izquierda y derecha sino entre la Iglesia y el progresismo. Si no, ¿a qué viene unir a Cristo con el fascismo?

El insulto de su señoría resulta bello e instructivo, porque enmarca lo que está ocurriendo en el Senado con el asunto de la blasfemia. Desde la Cámara alta, se insta al Gobierno de Pedro Sánchez, con mucho entusiasmo, a que despenalice la blasfemia. Aseguran que lo hacen para acomodarse a la “sensibilidad actual”. Es decir, que lo más sensible que puede usted hacer en el siglo XXI es blasfemar. 

Naturalmente, salvo PP y Vox, el resto de formaciones ha aplaudido con entusiasmo la moción de la izquierda. El PSOE, por supuesto, la ha acogido con finura democrática.

En el siglo XXI la batalla no es entre izquierda y derecha sino entre la Iglesia y el progresismo. Si no, ¿a qué viene unir a Cristo con el fascismo?

Entiéndase: la blasfemia es algo grave gravísimo, que no en vano el segundo mandamiento dice aquello de no tomarás el nombre de Dios en vano. Ahora bien, antes es pecado que delito. Es verdad que en la Ciudad de Dios el pecado es delito pero prefiero combatir al blasfemo con la palabra y con las manos si no hay otro modo, y no recurrir al Estado.

Ahora bien, pedir la despenalización de la blasfemia en la era de los delitos de odio, cuando la izquierda no se cansa de penalizar el odio, que también es un pecado antes que un delito, tiene cierta coña.

Hoy, puedes insultar a Dios y a los cristianos pero no a las mujeres, a los gays o a los negros. Esto es odio, aquello honorable antifascismo.

Por insultar a Dios y a los cristianos te premian con un cargo de diputada pero atrévete, no ya a insultar, sino a expresar tu más respetuosa opinión sobre, por ejemplo, la homosexualidad. Te pueden caer cuatro años de cárcel.