Un día como hoy, 7 de octubre de 1571, ese espléndido hijo natural llamado Juan de Austria liberaba al Mediterráneo, no sólo a España, y con ello a la Cristiandad europea, del esclavismo islámico. Una victoria naval sobre la mayor potencia militar del mundo. Y con el sólo apoyo de un par de ciudades autónomas italianas y del Papa Gregorio XIII, que ofrecía más oraciones que soldados.

Para ser exactos, el Papa se dedicó a rezar el Rosario mientras se iniciaba la batalla. Luego instauró el 7 de octubre como la advocación mariana de Nuestra Señora del Rosario.

Necesitamos una regeneración nacional que supere esta etapa mezquina, marcada por una clase política que se pelea por los despojos de carne moribunda

Como somos como somos, el hombre que convirtió el enfrentamiento en gesta poética no podía ser español, sino inglés: Chesterton, en uno de los poemas épicos de mayor calado de toda la literatura.

Era cuando la España evangelizadora no tenía miedo de enfrentarse a las grandes potencias, primero en nombre de su fe cristiana y luego en nombre de una coherencia con esa fe que le hacía no reparar, por ejemplo, en que el enemigo era superior en numero, en tecnología, en armas y en logística. Además, la batalla tuvo lugar en aguas turcas, no cristianas, en el Golfo de Corinto.

Era cuando España, como diríamos ahora, pensaba a lo grande, no se había vuelto mezquina. Era, por tanto, un momento en que los españoles no peleaban entre sí mismos sino que se abrían al mundo, porque era la humanidad entera la que había que salvar. ¿Salvar para quién? Para Cristo.

Cuatro siglos y medio después, España vive en perpetua guerra civil mientras mendiga dinero en la Europa a la que tantas veces salvó en el pasado y cuando Pedro Sánchez presume de haber conseguido una buena limosna de la Europa rica y putrefacta. En lugar de salvar a los demás solicitamos que los demás nos salven, entendiendo por ese salvamento exterior, no recuperar nuestra entereza, sino la posibilidad de seguir mendigando y de continuar mirándonos el ombligo. 

España es hoy un país sin ideales porque se ha dado de baja del ideal cristiano, esencia constitutiva del país, mientras su clase política opera como una manada de buitres que se pelean por los restos de carne moribunda.   

Y también el 7 de octubre es Nuestra Señora del Rosario: dadme el arma

Incluso la elite intelectual, y los españoles más templados, caminan quejumbrosos, como si no hubiera ya esperanza de mejora. ¿Quién lo ha dicho? Loa españoles de Lepanto no se preguntaban ni lo que España podía hacer por ellos ni los que ellos podían hacer por España: se preguntaban cómo podían salvar a la humanidad. Por ejemplo, como librarla de la esclavitud del Islam y evangelizarla para la libertad de los hijos de Dios, esencia del Cristianismo.

Traducido al siglo XXI: el actual Parlamento español se divide entre un bloque mayoritario, de corte progresista, dividido en progres de Izquierda (PSOE, Podemos y la mayoría de separatistas) y progres de derechas (PP, Ciudadanos y algunos separatistas) frente aun bloque casi cristiano (con muchos malos católicos, pero católicos) compuesto por Vox y algunos elementos regionalistas, como Unión del Pueblo Navarro, por ejemplo.

La degeneración la representa esa mayoría progre, de izquierdas y de derechas, Lepanto es Vox y algún otro, que no son ultras, sino cristianos… y no todos los días.

Pero nada más opuesto al cristianismo que el determinismo. La historia es la historia de la libertad. Así que este panorama sombrío bien puede cambiar. Y antes de lo que pensamos. Porque esta crisis es profunda pero no tiene por qué ser permanente. De nosotros depende. La regeneración política de España no es otra cosa que su imperiosa recristianización. Y la recristianización no depende de los políticos sino de nosotros mismos.

Y también hoy, 7 de octubre, es Nuestra Señora del Rosario. El famoso Padre Pío, un santo del Siglo XX, solicitaba el rosario de esta guisa: “dadme el arma”. Pues eso: empecemos por volver a rezar a la Virgen del Rosario que imploraba el Papa mientras don Juan de Austria vencía a los turcos, superiores en número, que no en convicciones ni en confianza.