“Todos saben que tienen un problema”, aseguró el ministro de Justicia, Rafael Catalá, sobre el magistrado que emitió un juicio particular en la sentencia sobre La Manada. Pero ¿qué me dices, ministro? ¿No quedamos en que el Gobierno respeta siempre las decisiones judiciales y no se puede criticar a los jueces nunca jamás? 

En esta ceremonia de histerias y demagogias, lo cierto es que no se ha ido al fondo de la cuestión, fondo que planeaba uno de los pocos escritores-pensadores que nos queda por estos lares. Hablo del artículo de Juan Manuel de Prada, publicado el pasado sábado en el diario ABC. De Prada recuerda que además del libre consentimiento, también hay que juzgar los hechos por sí mismos.

Veamos: claro que estoy dispuesto a aceptar, a defender y abanderar, que lo de La Manada ha sido una violación por parte de los condenados por abuso. Y además, una violación cobarde y miserable, por aquello del cinco contra uno. Pero eso no agota la cuestión. Lo único que les pido es que se hagan las siguientes preguntas:

  1.  Hace 25 años, sólo eso, ¿los jóvenes acudían a las fiestas de San Fermín para copular o para divertirse?
  2. ¿Hace 25 años, no más, una chica de 18 años comenzaba a morrearse con el maromo que había conocido una hora antes?

No hablo ni de La Manada ni de su víctima, ni comparo: hablo de miles de ellos y ellas que contemplan la sexualidad como algo parecido a un escozor y hay que aplicar una fruslería para pasar el rato. 

Y si habláramos de juicios, tanto el de los tribunales como el de la opinión pública, ¿no importa nada que ambos hechos sean intrínsecamente malos, independientemente de que haya o no consentimiento?

Vivimos en una sociedad hipersexualizada y pornográfica. Una sociedad que, además, nunca se atreve a recordar que el emperador va desnudo. Eso sería beatería. Nadie puede decir lo que está bien o lo que está mal. Nuestra conciencia ha sido sustituida por el tópico. Y así nos va.