Contábamos en Hispanidad la perversión repugnante de la infancia... a cargo del PP que se escenificó en el Carnaval de Torrevieja (Alicante) en el que desfilaron niños con pezoneras, ligueros y tacones altos. 

Las redes ardieron, catalogando el espectáculo como una incitación a la pedofilia. Y Abogados Cristianos denunció por corrupción de menores a los responsables del carnaval de la localidad, gobernada por el Partido Popular.

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También recogimos que el 'reincidente' Ayuntamiento del PP defendía el desfile argumentando que: «El carnaval es sátira, provocación y diversión». Según el alcalde, el popular Eduardo Dolón, el desfile pretendía verter una crítica a la situación política y social de España, nada más». ¿Y qué tienen que ver niños disfrazados de esa guisa con la situación política y social de España, señor alcalde?, nos preguntamos en Hispanidad.

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Ahora conocemos que se ha archivado la denuncia de Abogados Cristianos. Al juez no le consta que ninguno de los menores fuera «compelido a participar contra su voluntad». Esto nos recuerda a Irene Montero cuando afirmó, sin despeinarse que: "Todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no lo quieren y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos y que a ustedes no les gustan".

Repetimos: "Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento".

La palabra clave es discernimiento, esa antigua virtud escolástica tan olvidada. Un adolescente, no digamos un niño, no puede discernir si desea acostarse con un adulto. Y seguro que si lo hace se arrepiente, e incluso quede resultar traumatizado (no así por suspender matemáticas, como piensan los progres)

Por esa razón y por mucho que el Carnaval sea considerado en el auto del magistrado como «un periodo de permisividad y cierto descontrol en el que la gente se disfraza, se efectúan desfiles y fiestas en la calle», a los niños, como niños que son, hay que protegerles, no permitirles que se vean envueltos en este tipo de espectáculos.