Festividad de la Santísima Trinidad, 4 de junio. Decíamos ayer que el mundo actual no entiende qué es el amor. Bueno sí, en el mejor de los casos lo interpreta como eso que empieza en la cama cuando, en el mejor de los casos, es lo que debería acabar en ella.

Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad, festividad de las órdenes religiosas. Otra curiosidad, porque esta crisis de la Iglesia se diferencia de otras en muchas cosas pero sin duda en que las ordenes regladas, los frailes que siempre se portaron mejor que el clero secular, dependiente de los Obispos, en las grandes crisis de la Iglesia, son hoy los más afectados por la misma. Y esto es grave.

En cualquier caso, Dios no tenía por qué revelarnos su mayor secreto, la Santísima Trinidad. Pero no sólo lo hizo sino que insistió una y otra vez en ello. ¿Por qué? Pues para que comprendiéramos las primeras palabras del Evangelio de San Juan: Dios es amor.

Santísima Trinidad, tres personas distintas (la persona responde a la pregunta ¿quién es?) en un sola naturaleza divina (la naturaleza responde a la pregunta ¿qué es?). En definitiva, un sólo Dios y tres personas distintas. Eso no es un misterio, el misterio es cómo una sola naturaleza puede ser poseída por tres personas distintas.

La crisis de las órdenes regulares es hoy en día mucho más peligrosa que la crisis del clero secular

Pero la razón, que no el misterio de la Fiesta que celebramos este 4 de junio, posterior a la Ascensión y generalmente por delante del Corpus (próximo jueves 8, a celebrar el domingo 11), es el amor, que no es otra cosa que entrega: Dios introduce en su propia naturaleza ese amor que es donación de uno mismo. Por eso necesitaban tres personas siendo la tercera el Espíritu Santo que los clásicos de la espiritualidad definían como el amor del padre y el hijo. 

Santísima Trinidad para aprender eso del amor. Tres personas distintas, para que puedan amarse y un sólo Dios verdadero. Fíjense si la humanidad sufre una crisis de amor que el Nuevo Orden Mundial (NOM) se ha inventado lo de los delitos de odio. Lo ha hecho para castigar con penas de cárcel cualquier tipo de discrepancia, ciertamente, pero el éxito fulgurante de los novísimos delitos de odio se debe precisamente a eso: a que el hombre del siglo XXI odia mucho y a veces ni tan siquiera sabe que es eso del amor.

Amor es entrega, donación de uno mismo. Y es una de las pocas cosas serias que se pueden hacer en la vida: amar.

Y sí: las órdenes religiosas atraviesan una fuerte crisis. Urge rezar por ellas.