El puñetero Sínodo de la Sinodalidad: de la interpretación dolosa del Vaticano II a la teología de la bragueta
El primer consejo que se da a un periodista novato es el de acudir directamente a las fuentes originales, no a los intermediarios de la fuente. No utilizar, por ejemplo, ninguna glosa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: lean directamente, en Internet, los ODS y nadie necesitará explicarle las barbaridades -por ejemplo, el aborto- que se esconden detrás de tan excelso texto: las comprobará usted solito.
Cuando caminas al borde del abismo no sólo corres el peligro de que te caigas al precipicio, sino de que se caiga aquel que contigo va
Con el Concilio Vaticano II, ocurre algo parecido. Les aconsejo que se lean en Vatican.va, no las glosas sobre el Concilio, por muy ortodoxos que resulten los glosistas, sino, directamente, las cuatro constituciones dogmáticas, de la propia reunión: Dei Verbum, Lumen gentium, Gaudium et spes y Sacrosanctum concilium. Sobre todo, la segunda y la tercera. Son sencillamente formidables y perfectamente inteligibles para profanos. El concilio Vaticano II fue un gran concilio. Otra cosa fue su interesada interpretación, a modo de patente de corso, para que cada cual hiciera lo que le viniera en gana. Pues bien, fue el Concilio Vaticano II el que 'relanzó' los sínodos. El problema es que por cualquier vía puede circular cualquier tren y de aquellas buenas intenciones sobre los sínodos hemos llegado al puñetero Sínodo de la Sinodalidad sinodal (tres eses, pero pueden ustedes añadir más) que se inicia en octubre del presente año.
También pueden verlo ustedes -se lo aconsejo, es más humorístico- como decía el cachondo del beato Pablo VI, segundo de San Juan XXIII en el momento de la convocatoria conciliar, "este muchacho desconoce hasta qué punto está alterando el gallinero".
Lo alteró tanto que tan sólo tres años después, las interpretaciones sobre lo que habían dicho los padres conciliares eran tan enloquecidas que, por ejemplo, Pablo VI tuvo que escribir la Humanae Vitae. Ya saben, la encíclica que prohibió la píldora anticonceptiva -lamentable resumen periodístico, pero les aseguro que muy cierto- a partir de la cual el bueno de Pablo VI dejó de ser el ídolo de los progres para convertirse en un paria conservador y un pelín reaccionario.
El Concilio Vaticano II fue un buen concilio. La corrección de San Juan Pablo II a Benedicto XVI así lo acredita
Y es que el Vaticano II me recuerda lo de aquella tía mía que me repetía de pequeño, al rebufo de cualquier nueva moda: "Ah no, hijo, desde el Vaticano II eso ya no es pecado". Mi tía era una liberal de tomo y lomo, una precursora de los prelados alemanes, mismamente, Además, no olvidemos -Pedro Sánchez dixit- que esta es la hora de la democracia.
Pues bien, el Vaticano II animó los sínodos con el sano propósito de homologar doctrina entre los obispos, pero ahora los sínodos se han convertido -y no toda la culpa la tiene mi tía- en aquelarres horterísimos, en los que obispos centrífugos, curas centrífugos, monjas centrífugas y laicos clericales y centrífugos dicen cualquier barbaridad en busca de su momento de gloria teológico-beatorro, y con tendencias 'bragueteras'.
Es decir, que los sínodos actuales están sirviendo, no para unir, sino para dividir, y menos mal que, al final, no tienen poder alguno... porque el que decide es el Papa.
Lo que no entiendo de Francisco es por qué le gusta jugar siempre al borde del abismo. Uno es amante de los finales no aptos para cardiacos, pero esto ya parece demasiado emocionante para mi sistema nervioso.
Ya lo decía mi tía: "Eso, desde el Vaticano II, ya no es pecado"
Quiero decir: los padres sinodales del muy sinodal Sínodo de la Sinodalidad sinodal (ya he conseguido las cuatro eses) dicen chorradas y finalmente viene el organizador, Francisco y vuelve a poner las cosas en su sitio. Así ocurrió con el Sínodo de la Familia, el Sínodo de la Amazonía, más tarde en el freudiano semi-sínodo del episcopado alemán, ya saben, la mencionada teología de la bragueta- y ahora llegamos al paroxismo majadero del Sínodo de la Sinodalidad sinodalísima (SSS), esto es, un sínodo sobre la sinodalidad, cosa curiosa. En su prólogo -ahora mismo- nos encontramos con obispos que hablan de una doctrina en desarrollo, de lo que debemos deducir que Dios, autor de la revelación, es un adolescente que aún no ha alcanzado la madurez. Y todo ello, en aplicación del Vaticano II, en versión de mi docta tía.
Volviendo al Vaticano II: sólo quiero recordar que cuando Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, abrumado por las disparatas interpretaciones del Vaticano II, desanimado ante el rumbo enloquecido de la Iglesia postconciliar, aseguró que el Vaticano II había resultado un concilio fallido, el entonces Papa, hoy santo, Karol Wojtyla, matizó sin desautorizarle. El polaco vino a decir que esa era una opinión personal del alemán y que él pensaba que el Concilio Vaticano II fue un gran concilio, impecable... otra cosa eran, y son, las interpretaciones interesadas del mismo. Pero de eso no tenían culpa los padres conciliares, de eso tenemos culpa todos y, en especial, los clérigos progres. Recuerden siempre la gradación de la estupidez: todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un hombre feminista. Todavía hay algo más tonto que un hombre feminista: un cura progresista.
Ahora afrontamos el puñetero Sínodo de la Sinodalidad, que ha resultado un verdadero fracaso ya en sus orígenes, porque la grey, el pueblo fiel, ha pasado de las reuniones episcopales, donde sólo han participado -lo que supone un problema- los nuevos beatos progres, es decir, los cuatro laicos clericales, más pendientes de los nombramientos episcopales que de su santificación personal. Sí, hablo de los católicos progres. El resto de la grey ha pasado del Sínodo porque ni entienden de qué va, no me extraña, y porque sus defensores son gente envanecida que dicen cosas raras. Prefieren dedicarse a rezar, a hablar con Dios: resulta mucho más satisfactorio y mucho más eficaz.
Los curas nunca se salvan ni se condenan solos
Resumiendo: ahora comienza la primera parte del Sínodo de la Sinodalidad en Roma. Y todo lo que escucho alrededor de él son las habituales necedades de la teología de la bragueta, que es la traducción cursi y clerical de la ideología de género, veneno letal que está volviendo idiotas a todos aquellos que no controlan su entrepierna, para terminar creando monstruos y pervirtiendo a la raza humana, en materia y espíritu, en cuerpo y alma.
Sí, ya sé que Francisco es argentino y que, al final, nos sorprenderá a todos con un cierre inesperado del sinuoso Sínodo de la Sinodalidad sinodal (SSSS, como creo que haber dicho antes). Lo hará en clave ortodoxa, tal y como hizo con los sínodos anteriores. En una intervención muy regocijante, en mitad del Sínodo de la familia, Francisco advirtió a los presentes que al final, sería él quien decidiera la conclusiones finales. Y así debe ser: era su derecho y su deber. Pero, entonces, ¿para qué convocar tantos sínodos?
Sinceramente, ¿para este viaje hacían falta estas alforjas tan gordas? Porque, además, cuando caminas al borde del abismo, asumes el riesgo temerario, no ya de que te caigas tú, sino de que se caiga el que contigo va.
Y recuerden los curas nunca se salvan ni se condenan solos.