La verdad es que estoy preocupado, y mucho, por lo que sucede en África y los cristianos de este continente. Pero me preocupa más si cabe el silencio de Occidente, que hace oídos sordos a un genocidio -y esto sí es un genocidio porque se mata por el hecho de ser cristiano- cruel, donde cientos de miles de hombres, mujeres y niños son masacrados. Me pregunto, y trato de responderme en este artículo, cosas como por qué sucede, dónde y quién lo permite, incluso con su silencio cómplice. Y me lo pregunto porque lo más grave es que esto ocurre casi sin cámaras, sin titulares, con una tibieza política que provoca náuseas porque, un Occidente vacunado contra el genocidio desde después de la Segunda Guerra Mundial, y la campaña orquestada desde la izquierda internacional por la guerra entre el estado de Israel y los terroristas de Hamás, es chocante al menos el silencio que sin duda también está provocado.

En Nigeria, decenas de miles de cristianos han sido asesinados en los últimos 25 años por yihadistas de Boko Haram, Estado Islámico en África Occidental y las milicias pastoriles radicalizadas. Solo en 2025, en Nigeria han muerto varios miles de cristianos por ataques selectivos a aldeas, iglesias y celebraciones litúrgicas. En el Sahel -Burkina Faso, Malí, Níger-, los grupos afiliados a Al Qaeda y al Estado Islámico atacan pueblos, cierran iglesias, expulsan a comunidades cristianas y destruyen escuelas y misiones. En la República Democrática del Congo, las ADF, Allied Democratic Forces por sus siglas en francés (Fuerzas Democráticas Aliadas) ligadas al ISIS, han masacrado a decenas de fieles durante vigilias nocturnas y celebraciones en iglesias. En Mozambique, en la provincia de Cabo Delgado, desde 2017 se organizan ataques con decapitaciones, quema de templos y expulsión masiva de aldeas mayoritariamente cristianas.

Ante este panorama arrastrado desde hace años, tenemos -debemos- preguntarnos quién actúa y quién mira hacia otro lado. A la primera pregunta, en principio son, sobre todo, actores no estatales: grupos yihadistas, milicias comunitarias armadas y redes criminales que aprovechan el caos. Los Estados, debilitados por golpes militares (como en Malí, Burkina) o por décadas de corrupción y conflicto (Nigeria, RDC), son incapaces de proteger a sus ciudadanos. También, sectores de las fuerzas armadas o de las élites locales se benefician de la economía de guerra. La entrada de mercenarios —como Wagner Group y ahora Africa Corps en el Sahel— ha cambiado alianzas, pero no ha traído seguridad duradera, con acusaciones de abusos graves y escasa transparencia. Y a la segunda pregunta, en el plano internacional, las potencias occidentales han ido reduciendo su presencia militar directa en el Sahel, mientras Rusia y China ganan influencia asegurando contratos mineros y acuerdos de seguridad. Europa, muy dependiente del uranio, el oro, el gas o el petróleo de la región, teme más el colapso de Estados y nuevas oleadas migratorias que a la erosión silenciosa de comunidades cristianas enteras.

Los Estados, debilitados por golpes militares (como en Malí, Burkina) o por décadas de corrupción y conflicto (Nigeria, RDC), son incapaces de proteger a sus ciudadanos. También, sectores de las fuerzas armadas o de las élites locales se benefician de la economía de guerra

En este contexto, Donald Trump declaró: «Están matando a los cristianos y matándolos en grandes cantidades. No vamos a permitir que eso suceda». Esto muestra cómo la cuestión puede ser un nudo de tensión geopolítica: Washington contra Abuja. Mientras, otras voces locales, como la del obispo Matthew Hassan Kukah (Sokoto) afirma: «La incapacidad del gobierno federal... para poner fin a estos asesinatos ha creado las condiciones para el genocidio que hoy se ha apoderado de muchas comunidades».

La pregunta que muchos nos hacemos es si esta situación es comparable al “genocidio de Gaza”. Para empezar, diremos que, en Gaza, el término “genocidio” sabiendo la intencionalidad de la palabra, se instaló en el debate internacional, contra Israel, con enorme atención mediática y movilización política global. Sin embargo, en África, la violencia contra cristianos se reparte entre multitud de actores armados, mezclado con conflictos étnicos, luchas por la tierra y economías ilícitas, y rara vez llega a los tribunales internacionales. Algunos hablan ya de “genocidio de cristianos” en Nigeria o en regiones como Cabo Delgado. Y, aunque otros expertos declaran que también hay miles de musulmanes víctimas de los mismos grupos armados, lo que está claro es que existe un patrón: selección por identidad religiosa, destrucción de símbolos cristianos y expulsión sistemática de comunidades. La comparación no debe servirnos para saber si hay víctimas en un lado u otro, sino para preguntarnos por qué un sufrimiento ocupa portadas y el otro apenas tiene breves de internacional.

Tratemos de racionalizar la situación, porque los objetivos de los grupos yihadistas son políticos y religiosos: implantar su versión de la sharía, expulsar la presencia cristiana y deslegitimar a los Estados que consideran que son “títeres” de Occidente. Pero detrás hay también intereses geoestratégicos: control de corredores de tráfico (armas, drogas, personas), de minas de oro o uranio, cuencas petrolíferas y de gas. De esta forma, hacen uso de la denominada violencia religiosa para dominar territorios ricos y poblaciones pobres.

Los objetivos de los grupos yihadistas son políticos y religiosos: implantar su versión de la sharía, expulsar la presencia cristiana y deslegitimar a los Estados que consideran que son “títeres” de Occidente. Pero detrás hay también intereses geoestratégicos

¿Soluciones desde Occidente? Veamos. La campaña de iluminar de rojo iglesias y edificios -la #RedWeek de noviembre- ha logrado visibilizar la persecución de cristianos en el espacio público de muchos países. Sin embargo, es absolutamente insuficiente. Sin políticas coherentes de asilo y ayuda a víctimas, sin condicionar acuerdos económicos y de seguridad al respeto efectivo de la libertad religiosa, sin apoyar a las Iglesias locales y a las iniciativas de diálogo con líderes musulmanes que también se juegan la vida oponiéndose al extremismo, la luz roja corre el riesgo de quedarse en un gesto de fogueo.

Geopolítica de los dioses (Catarata), de Vicenç Fisas. Las religiones proclaman la paz, pero también han sido empleadas para justificar o encubrir guerras. El autor examina todos los conflictos armados de este siglo en los que, en 66 casos de 37 países, la religión desempeñó un papel central: qué fe fue atacada, quién agredió y con qué efectos. Analiza especialmente el yihadismo y otros factores como identidad, autogobierno o nacionalismo. El autor concluye que superar la violencia exige romper el vínculo entre religión, exclusión y poder, revisar narrativas violentas y fortalecer marcos educativos y políticos que impulsen la paz.

El fracaso de Occidente en África (Almuzara), de Beatriz Mesa. El retroceso occidental en África ha dejado un vacío que hoy ocupan potencias como Rusia y China, junto a mercenarios del Grupo Wagner y múltiples actores no estatales. Beatriz Mesa analiza cómo las estrategias fallidas de EEUU, Francia y la UE no lograron estabilizar el Sahel, facilitando golpes militares, expansión de milicias y disputas por recursos estratégicos. El continente se ha convertido así en un nuevo tablero de poder global que cuestiona la hegemonía occidental.

El sistema africano de DDHH y de los pueblos (Tirant lo Blanch), de Cartes Rodríguez y Juan Bautista. Esta obra ofrece un análisis jurídico completo del sistema africano de protección de los derechos humanos y de los pueblos. Tras explicar la evolución institucional que lo sustenta, el autor examina sus principales tratados y estudia en detalle sus órganos no jurisdiccionales, como la Comisión Africana y el Comité de Derechos del Niño. También aborda los mecanismos judiciales existentes y propuestos, así como el papel de los sistemas subregionales. Es un estudio riguroso fruto de casi una década de investigación.