"Si el Santísimo Cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente que ellos lo pongan en un lugar precioso, según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los demás con discernimiento". Esto no lo dijo una tradicionalista, lo dijo un tal Francisco de Asís, el santo más popular y querido de la historia, allá por el siglo XIII. Oiga y no era cura, sólo era un fraile.

Desde hace años, Jaime Fomperosa, de Santander, nos viene insistiendo, con tanta lucidez como valentía, en una cuestión  aparentemente menor, como es la comunión en la mano. Él, como yo, cree que se debe comulgar en la boca y de rodillas. 

Pues bien, días atrás entré en una iglesia del extrarradio madrileño. Iba a hacer un visita al Santísimo. De entrada me recibe una señora con expresión alarmada. Por lo que entendí, era una voluntaria de Cáritas que le contaba su vida a un emigrante negro -lo siento, era de raza negra- y a una señora, asimismo extranjera. Y esto es requetebueno.

Lo que no me pareció tan bien fue la alarma con la que me recibió. Al parecer hacía tiempo que no veía a un blanco católico y heterosexual, porque me espetó:

-¿Qué quiere? 

-Quiero visitar al Santísimo.

-Pues ha tenido suerte de que yo esté aquí, porque de otra forma no podría. 

Estoy hablando de un sábado a las 11 de la mañana, más o menos. 

Después, me abrió una portezuela lateral que daba a la capilla. Oscuridad total y, en la esquina, en la esquina más perdida de todas, estaba el Sagrario.

Pero el asunto no podía terminar tan fácil. A la salida, otro guardián de las esencias me corta el paso, supongo que también extrañado de que un tipo quisiera entrar en una iglesia. Se ve que la voluntaria de Cáritas le había advertido de la presencia de un intruso:

-¿A qué ha venido?

Como ya estaba un poco mosca, le respondí de no muy buena gana:

-A visitar al Santísimo.

A punto estuve de añadir, a visitar al Señor de la casa, al mismísimo Dios... al único que deberían vigilar para que nadie le haga daño... pero tienen castigado en el último rincón. 

Aclarado que yo era un tipo raro pero de fiar, nuestro hombre cambia de semblante y me anima a comprar lotería de Navidad de la parroquia. 

Cuando las parroquias se convierten en ONG... es que vamos mal. Si perdéis la sacralidad, perderéis la realidad. Y cuando pierdes el sentido de la realidad entras en el mundo de la locura, donde nada tiene sentido.