En contraportada de La Vanguardia leo una entrevista con Joy Tugume, guardiana de los gorilas en la lucha por la biodiversidad, en una reserva africana. La pobre dice muchas tontunas como esa de que tiene dos familias, la una formada por su esposo e hijos y la otra por los gorilas, de los que tanto debemos aprender... 

La verdad es que lo único que el hombre tiene que aprender de los animales es el instinto, que en el caso de la única especie racional -sin bromas, somos la única especie animal racional- está directamente relacionado con la ley natural. 

Digo que Tugume dice alguna que otra tontería pero se le escapa una verdad, que, con buen tino, la entrevistadora ha elevado a titular: "En España veo pocos niños por la calle y muchos perros con abrigo". Algo es algo; gorilas sí pero perros no. Se trata de una definición desgraciadamente rigurosa de la España de hoy, un país con escasísima vitalidad y que vuelca su necesidad de ternura en los cachorros, en lugar de en los bebés. 

"En España veo pocos niños por la calle y muchos perros con abrigo". Sí, nos gustan más los chuchos que los bebés

Y eso no significa otra cosa más que estamos ante un país triste que, incapaz de hablar con Dios, habla con los chuchos, con los que el diálogo se convierte en monólogo, porque los chuchos no responden. Si no creen que un diálogo pueda convertirse en monólogo pregunten a Pedro Sánchez

Pero eso tiene fácil remedio: pónganse a hablar con Dios ahora mismo. Empiecen por el Niño Dios de su portal de Belén. Sí, tan sólo es una imagen, pero una imagen de Dios hecho hombre.

Empiecen ahora mismo a hablar con el niño de su portal de Belén. Sí, tan sólo es una imagen, pero una imagen de Dios hecho hombre

El origen de la ira es la soberbia y su destino la tristeza. El principal problema de la España de hoy es que resulta triste, su ironía es tantas veces sarcasmo y, sobre todo, sus rencores son cada vez más acusados.

No me refiero al número creciente de suicidios -más de 4.000 en 2021-, primera causa de muerte violenta -tras el aborto, eso sí-. Me refiero al cinismo, que es la mueca congelada de la alegría. Recuperemos la retranca castellana, la del hombre que aborrece la cursilería pero que ama la vida, ese hombre que identifica de inmediato la estupidez del snob, ese personaje que no se asombra de nada, ni tan siquiera de lo que sí debería asombrarle, y de la infertilidad del cínico de guardia, que empalaga pero nunca llena.