Hay quién valora el tiempo de vacaciones como una especie de permiso de eternidad para no hacer nada, o solo lo que le apetece, vamos, lo que le pida el cuerpo. Multitud de seres humanos que gastan días y horas que jamás volverán a vivir, en hacer nada, bueno nada, nada tampoco: comer, beber, dormir y engordar. Tiempo que algún día querrán retomar pero que se habrá desvanecido en el pasado. Días que, vistos de manera pragmática, que es como se ven hoy las cosas, son carísimos porque pagas a precio de oro la nadería más absoluta.

Entiendo que las vacaciones son para descansar, pero no como vacas a las que se engorda artificialmente en un remanso de paz comiendo, bebiendo e inseminando si llega el caso, para ser sacrificada con todo gusto y placer. El descanso es el tiempo al que destinamos para hacer lo que las horas y los días de jornadas laborales o aquellos días de invierno que no acompañan para poder hacerlo. Son los días idóneos en los que se procura un reencuentro de seres queridos, con los amigos de siempre o, incluso, forjar nuevas amistades. Es la época en la que los padres verán en sus hijos el salto definitivo de la infancia a la pubertad y vivir el vértigo infinito de la adolescencia que, ya solo con eso, los padres tienen mucho que hacer y viajar menos al chiringuito de la playa.

Los responsables políticos en cualquiera de las jerarquías de poder no hacen nada, repito: nada, por fomentar la lectura. Los medios de comunicación de masas, es decir, las televisiones -desde la pública hasta la más local- tampoco

Sí, lo sé, los responsables políticos en cualquiera de las jerarquías de poder no hacen nada, repito: nada, por fomentar la lectura. Que los medios de comunicación de masas, es decir, las televisiones -desde la pública hasta la más local- no hacen nada, repito: nada, por fomentar la lectura. Lo que nos lleva a concluir que los que lo hacemos, leer y fomentar la lectura, somos héroes y eso que nadie nos admira. Es difícil competir con el fútbol, las olimpiadas trans o los programas de la telebasura. Sobre todo, es difícil competir con las capas de indigencia intelectual que durante décadas se ha ido estratificando durante la posmodernidad, donde el placer solo es carnal, el sentimiento es animal y las relaciones sociofamiliares son pragmáticas y positivistas.

Las vacaciones, además de practicar aficiones y participar de días sosegados, es también tiempo de paz para el cuerpo y para el alma. Seas creyente o no, el alma es la esencia del ser humano que nos predispone hacia la vida, hacia los demás y hacia nosotros mismos, porque somos trascendentes -aunque haya muchos que no sepan que esta palabra existe-. No, no somos animales desde el punto de vista del igualitarismo animal que está tan en boga con aquello de “somos lo mismo, solo que más evolucionados…”. ¡Y tanto que evolucionados, porque además de ser criatura también somos hijos de Dios!

Decía, que es tiempo para el alma y como espiritual que es, requiere del descanso como actividad espiritual… ¡Que no se asuste nadie, no estoy recomendando que cambiemos la playa por el cartujo, que hay mucho clerical entre los no creyentes! Alimento espiritual, por supuesto es rezar, hacer oración y asistir a la eucaristía, pero en estos tiempos recios de telecreyentes y vidas vaciadas del ser, también un buen libro puede hacer las veces de ese consuelo espiritual que necesitamos tanto y para el que casi nos queda solo el verano para hacerlo. ¡Caramba, coja un buen libro! Novelas de vidas hermosashistoria de la buenaclásicos de siempre… No digo que se embole un ensayo de filosofía, que hay quien lo haga, y por qué no, pero hay tanto de qué disfrutar, viajar a otros lugares, otras vidas, otras circunstancias… Que no hacerlo es de tontos, con perdón de los enfermos, que ellos posiblemente no podrán hacerlo y que, sin embargo, si dispusieran de la inteligencia y voluntad de las que han sido negadas en su vida, seguramente lo harían.

Alimento espiritual, por supuesto es rezar, hacer oración y asistir a la eucaristía, pero en estos tiempos recios de telecreyentes y vidas vaciadas del ser, también un buen libro puede hacer las veces de ese consuelo espiritual que necesitamos tanto 

Lea usted, muestre a sus hijos el placer de leer, cuénteles de qué va el libro del que está disfrutando ahora y descúbrale el mundo infinito de la lectura, porque les voy a decir un secreto: el hijo lector, seguramente aprendido de sus mayores, lo recordarán toda la vida y usted, desde la tumba, seguirá trascendiendo en su vida, unas veces sabiéndolo y otras sin tener idea.

Roma eterna (Sekotia) de Marcos López Herrador. La primera entrega de una trilogía que será épica. Los amantes de la historia y narrativa romana están de suerte con esta saga porque no solo cuenta una historia que envuelve y tira del lector hasta devorarse las más de 500 páginas de la novela, es que su documentación histórica es de tal envergadura que nadie quedará insatisfecho, ni los sabedores de la historia ni los aprendices de ella quedarán defraudados. ¡Muy, muy recomendable!

Los viajes de Mailoc (Bendita María) de Santiago Cantera Montenegro. El autor, doctor en Historia y prior de El Valle de los Caídos, se deja caer en esta ocasión con una maravillosa novela de corte juvenil, una narrativa histórica, lo que asegura que, además de estar maravillosamente escrita, sus fundamentos son impecables y los objetivos irreprochables. La trama es venturosa llena de guiños al cristianismo reciente de la Irlanda actual y los primeros cristianos que poblaron la isla allá por el año 579. ¿No crees que tu hijo te agradecerá toda su vida que le hayas regalado este libro?

David Copperfield (Espasa) de Charles Dickens. A Dickens parece que gran parte del público le tiene anclado en el público infantil o juvenil pero toda esa gente se equivoca, porque este autor era un pensador que quería explicar lo que iba mal en el mundo y lo hacía a través de cuentos y novelas, aportando precisamente en su literatura la parte de humanidad de la que carecían las grandes ciudades y las consecuencias de dejar pasar los hechos como si lo que se hace no tuviera importancia. Precisamente esta novela, David Copperfield, en una maravillosa edición que la editorial realizó por el centenario de Charles Dickens, es precisamente una historia para todos los públicos: infantiles y adultos, sesudos y sencillos... Tiene un espectro tan amplio que nadie queda fuera. La literatura clásica, y en especial la de Dickens, tiene precisamente el aliciente de que retorna al interior del corazón, tantas veces olvidado.