Recientemente he visto uno de esos vídeos que corren por las redes e incendian los corazones. Un vídeo que muestra un grupo de chicos y chicas, bachilleratos y universitarios, que les hacen preguntas básicas como quién es Felipe González, en qué continente está España, cuáles son los puntos cardinales, como se llaman los deportistas de judo... En fin, un test para los jóvenes de esta generación cuyos abuelos, padres y otros hemos trabajado duramente para que ellos lo tengan fácil no, lo siguiente. Si le puedes dedicar tres minutos a verlo, seguramente querrás quitarte la vida porque comprenderás que nuestro esfuerzo ha sido en vano y que nuestras pensiones, ahora sí, penden de un hilo a pesar de José Luis Escrivá, el ministro que no da una con nuestro futuro.

Pero no se crean, estos vídeos no son una muestra fiable porque no es el 100% de los entrevistados, solo una selección de ellos, solo se expone a los zotes de turno para hincharse a reír o cortarse las venas, depende de con qué humor te coja el día en que lo ves. Pero, aún siendo un producto hecho adrede para generar espectáculo, se ha logrado hacer porque hay numerosos grupos de jóvenes cuyo futuro les preocupa cero o nada, porque han sido criados y educados para eso, para ser nada, para convertirse en una masa informe de seres humanos aborregados, de pensamiento acrítico y manipulables con total seguridad y facilidad. ¡40 años nos contemplan!

Un estudio reciente ha resumido que el perfil actual de los jóvenes entre los 14 y los 25 años (o más) corresponden a que son activistas climáticos; mentalidad relativista y con tendencia al veganismo; animalistas y/o especistas, sin tener claro qué es cada cosa porque se mueven por sentimentalismo; no ha trabajado en su vida y vive de sus padres, a los que detesta porque no le comprenden; culpa de su dolor sentimental a las generaciones anteriores; es anticapitalista aunque si le preguntas no sabe qué es ser capitalista; lleva iPhone, usa calzado y ropa de marca y viste con aparente desaliño; sus referentes sociales son Greta Thunberg y Rosalía; no lee y no sabe expresarse con fluidez, con un rango de vocabulario que no ha crecido en todo este arco de tiempo; piensa que los políticos no sirven para nada y espera que el Estado le resuelva sus problemas de dinero y de vivienda, porque para eso están los impuestos (los de sus padres, los de usted y los míos, claro); la culpa de las crisis en el mundo es de los ricos, pero no saben definir qué es ser rico. Sin embargo, Meg Jay, que tiene un doctorado en psicología clínica y en estudios de género por la Universidad de California en Berkeley,en su libro La década decisiva (Asertos), dice que «Los veinteañeros que dedican un tiempo a experimentar y que además tienen el valor de comprometerse, acaban forjándose una identidad mucho más poderosa». Estoy de acuerdo, siempre y cuando durante la infancia y adolescencia se hayan puesto unos cimientos válidos, y a eso vamos.

Estas generaciones, que ni serán felices ni tendrán nada, tampoco serán de ideas propias, porque las que tengan estarán inoculadas desde el adoctrinamiento escolar y las series de Netflix y Disney

Pero ojo, que nadie se confunda, porque ellos no son la causa, sino la consecuencia. Una labor lenta pero inexorable de políticas en decadencia han logrado este producto social que son carne de cañón de la Agenda 2030, van de cabeza al serás feliz y no tendrás nada… Y añadiría: comerás cucarachas y gusanos en restaurantes con estrellas Michelin. Además de estas generaciones, que ni serán felices ni tendrán nada, tampoco serán de ideas propias, porque las que tengan estarán inoculadas desde el adoctrinamiento escolar y las series de Netflix y Disney. También las leyes de igualdad y deconstrucción de género colaborarán de forma decisiva en la ruptura o corrupción de su antropología. Vivirán del Estado y trabajarán en lo que les digan por nada. Se trata del proyecto neoliberal que se viene cocinando desde hace décadas: sociedades esclavizadas debido a su dependencia del Estado, sometidos por las cadenas del libertinaje. Pero mientras la plebe social sobreviva y sea año a año más dependiente porque la sociedad del bienestar es la moneda de cambio para que no rechistemos, el todogratis con el que sacan pecho los socialdemócratas, las clases dominantes seguirán alcanzando mayores cotas de poder político, social y económico. También es totalmente previsible que las perversiones eugenésicas vayan a más y, de la misma forma que en Bélgica han eutanasiado a una mujer porque tenía depresión -aunque posteriormente una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya condenado a este país-, surgirá la necesidad urgente con los que no sean productivos, tengan la edad que tengan. Puede que alguien me considere muy tremendista, sí, puede, pero si nos acercamos a la historia de la humanidad desde el libro Eugenesia y eutanasia (Sekotia) de Guillermo Buhigas, nos daremos cuenta de que ha sido una tentación constante alcanzar el poder mundial, siempre desde el poder de la muerte.

Será tarde, muy tarde, cuando lleguen personas que realmente quieran revertir esta situación suicida. Los que luchen por rescatar al hombre con capacidad de pensar por sí mismo, con capacidad de hacerse preguntas sobre él, los demás y por lo que sucede en su entorno, tendrán que hacerlo bajo los paradigmas de la violencia social, la misma que ejercen las políticas actuales con sus factorías adoctrinantes de los misterios de Igualdad, Educación, Administraciones públicas y Sanidad. Un rodillo que achata la orografía social, tan necesaria como lo que se da en la naturaleza, donde el relieve abrupto se combina con las planicies, los ríos con los bosques y la lluvia con los días soleados. Nadie quiere en su vida siempre lo mismo porque al final no se valora lo que se vive, o cómo se vive.

Y de la misma forma que las mayores crisis de la humanidad han sido salvadas por la Iglesia -porque a pesar de sus sombras, abundan muchas más luces-, esta crisis también será quien saque al mundo las castañas del fuego. Habrá hombres y mujeres que rescaten a las personas que nadie quiera, que aporte la razón para resolver las secuelas del desastre que hoy ya se atisban del posmodernismo. Será quien traiga la Esperanza y el Amor, que siempre ha correspondido a una obra eterna como es la obra de Dios. Como puede parecer que este cierre de artículo tira demasiado de pasión católica, les dejo este otro libro que seguramente a muchos les valdrá más de referencia que mi propia opinión: Lo que España debe a la Iglesia Católica (Homolegens), de Luis Suárez Fernández. A ver si así… sí.