Una de las grandes evidencias negadas en el este siglo XXI de la Blasfemia contra el Espíritu Santo es que la fe no es algo opcional. La actitud habitual del hombre del siglo XXI consiste en considerar que está muy bien eso de la fe en Cristo y que, claro, que le gustaría tener fe, pero que tampoco hay que exagerar. Si no tengo fe, no es culpa mía.
Pero resulta que sí que lo es. Una y otra vez, tanto en el Evangelio como en el conjunto de las Sagradas Escrituras, se nos refiere que el remiso a creer es objeto de condenación.
Lo cual supone que, si bien la fe es un don de Dios, si uno quiere tener fe, confiar en Dios, acaba por tenerla, seguro. Y si muere sin fe porque no ha hecho el esfuerzo pertinente, se va al infierno de cabeza. No lo digo yo, lo dice La Biblia.