¡Oh vida de mi vida, Cristo santo!
¿A dónde voy de tu hermosura huyendo?
¿Cómo es posible que tu rostro ofendo
que me mira bañado en sangre y llanto?
 
A mí mismo me doy confuso espanto 
de ver que me conozco y no me enmiendo;
ya el ángel de mi guarda está diciendo
que me avergüence de ofenderte tanto.
 
Detén con esas manos los perdidos
pasos, mi dulce amor; mas ¿de qué suerte  
las pide quien las clava con las suyas?
 
¡Ay Dios! ¿A dónde estaban mis sentidos
que las espaldas pude yo volverte,
mirando en una cruz por mí las tuyas?