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No puedo dejar de pensar en el mundo en el que nos desenvolvemos. Un mundo que nos lleva a situaciones que,s en general, no crean paz, ni concordia, ni armonía. Recuerdo, -seguramente los lectores también lo harán-, cuando en el siglo pasado los movimientos pacifistas luchaban por la paz; los ecologistas por un medio ambiente saludable; y los demócratas, por una oportunidad para todos. Incluso el buenismo miope predicaba que la humanidad había evolucionado y que ya no había guerras como las que había en el pasado medieval o en los inicios de la edad moderna. Muchos de estos teóricos estaban olvidados de que en su propio siglo se habían perpetrado las dos guerras mundiales; los crímenes de las ideologías dictatoriales más asesinas como el nacional socialismo y el comunismo; las guerras étnicas en África; el holocausto armenio; y el aborto… ¡la mayor y más crueles de todas las guerras!
Casi todas ls personas se mueven por la esperanza en un mundo mejor
Lejos de esa ensoñación, sépalo usted, la humanidad estará en guerra toda su existencia. Quizá no todos contra todos, pero sí todos en todas las guerras. La mayoría de la humanidad se mueve por la esperanza de un mundo mejor. Es más, vive con esa ilusión y la busca para ellos mismos y sus seres queridos. Y es que estamos inmersos en un sistema, cada vez más influido por la asfixiante bolsa del nihilismo global, de una forma u otra sometidos a la violencia existencial.
Nadie escribe distopías, porque normalmente a los escritores no nos gusta hablar del mundo en que vivimos. La presión es cada día más agobiante porque cada vez somos más capaces de llegar a más información que nos incomoda y que, sobre todo, molesta a los dirigentes. Los medios de comunicación oficiales y las redes sociales chocan en el orbe informativo y luchan por ser dueños del conocimiento que les dé el poder para saber cómo actuar, o no. El filtro de las noticias se ha convertido en un colador lo más parecido a una red de pescar atunes. Puede que las noticias gordas no se cuelen, pero el run-run de lo que sucede en el mundo es imparable.
La bolsa de nihilismo global va en aumento
Esta situación es la deriva natural de una libertad dislocada, que sufre a cada movimiento porque hemos concebido que la libertad no tiene consecuencias, y lo digan o lo callen, las decisiones de nuestros actos, nuestras palabras y nuestros pensamientos tienen siempre consecuencias. Quizá por eso mismo los estados y los dirigentes optan por políticas autoritarias dentro del concepto democrático, que es disponer del poder que te han concedido. Las leyes actuales se codean entre lo prohibido y lo obligatorio. Políticas cortoplacistas que, por un supuesto bien común, acarrean muchos problemas personales en muchas ocasiones. Ningún gobierno opta por la formación para los adultos, la educación en la docencia y la información para todos –y menos mal–, porque los gobernantes están tan contaminados de ideologías negacioncitas para el hombre que cualquiera de los tres recursos serían inmediatamente impregnados de la grasa consistente del adoctrinamiento –y en parte ya lo es-.
La mayoría de los ciudadanos son personas buenas y responsables pero, precisamente porque no queremos problemas, callamos demasiado, aguantamos por demás y tragamos lo que no debiéramos. La pregunta para dar sentido a esta situación es qué es o no justo. La justicia es subjetiva, incluso hoy en día la ley natural, que goza de sus propias leyes, ha sido violada por la subjetividad de unos supuestos derechos avanzados humanos que ya no quieren tenerla en cuenta.
La libertad sin consecuencias ha creado una justicia sostenida en lo subjetivo, no en los hechos morales que conciernen al bien y al mal
¿La justicia es lo que es o lo que quieren que sea? ¿La justicia es la ley o la ley crea la justicia? Este galimatías nos lleva al caso más incomprensible que hoy se da en las calles: los okupa. No quiero entrar en esto, pero sí es un claro ejemplo de que la justicia es subjetiva y plantea debates desquiciantes. Otro ejemplo muy oportuno es la imposición de lo políticamente correcto. Un caso que ha embargado la opinión personal, la amabilidad, la compasión, la historia y el futuro.
La libertad sin consecuencias ha creado una justicia sostenida en lo subjetivo, no en los hechos morales que conciernen al bien y al mal. La sociedad repele la palabra "moral" por miedo. Prefiere "ética", porque creen que así solo les concierne a lo puramente estético, y se equivocan, porque lo que hagamos o dejemos de hacer de puertas para fuera, también altera a nuestro intromundo personal.
La fragilidad de la libertad (Homolegens) de Francisco J. Contreras. Esta obra se ocupa de enfrentar al lector ante cuestiones tan trascedentes como: la alarmante situación demográfica de España; la importancia del matrimonio, y cómo la sociedad ya no entiende su sentido; la maternidad subrogada; el aborto; el matrimonio gay; el transhumanismo… Todos son temas de enorme calado que se difunden como meras libertades cuando no derechos, pero que rompen la estabilidad de la serenidad personal, es decir, la humanidad.
Por qué deberíamos considerarnos cristianos (Encuentro) de Marcello Pera. Estamos atravesando en nuestras sociedades occidentales por la fase de máxima expansión de los derechos y, en consecuencia, ¿podemos permitir que la Iglesia interfiera y ponga obstáculos al goce de los mismos? ¿Cómo interfiere la libertad o la capacidad de acceder a mejores posiblidades a pesar de toparnos con una dudosa moralidad? El autor refuta todos estos por tanto y en consecuencia desde una posición laica y liberal, que se dirige al cristianismo para pedirle razones de esperanza.
Elegir colegio, elegir en libertad (Sekotia) de Pablo Segarra. Precisamente, este inicio de un curso escolar, que es mucho más que un simple inicio, y cuando colea todavía la aguerrida frase de “Los hijos no pertenecen a los padres”, este ensayo entra con fuerza argumentando el poder de libertad de los padres para tomar decisiones por sus hijos mucho más allá de la simple escolarización. Los hijos son de los padres y se demuestra comenzando precisamente por la educación que desean para ellos.