Lo explica muy bien José Antonio Vera, en La Razón. Y también Carlos Aurelio Caldito, en Hispanidad: las olas de calor siempre se llamaron verano, porque en el verano viene el calor, ahora calificado de forma tormentosa y amenazante, como olas de calor. 

Oiga, que no es para tanto. El progresismo ha llegado a tal grado de imbecilidad que ha caído en el masoquismo: se tortura a sí mismo con loco empeño. Las televisiones nos repiten, una y otra vez, a gente que gime que esto no es soportable.

Sí, lo es y lo ha sido desde que el mundo es mundo. Al calor sucede el frío, pero es el mismo calor de antes, como, en breve, será el mismo frío de antes. Y si acudimos al ciclo largo, encontraremos que a épocas calurosas suceden épocas de frío glacial. Y créanme, las épocas frías suelen exigir más energía para combatirlas que las calientes.

No es calentamiento global es calentamiento mental. Es el calentamiento mental, no el calor objetivo, lo que agobia a todos y provoca temor telúrico a la mayoría. 

Me hace recordar aquella frase de cuando el protocolo era una forma de respeto al prójimo y no, como ahora, un vadémecum fofo de defensa ante inclemencias de todo tipo... como si un protocolo pudiera anular esa constante de la historia que constituyen las catástrofes naturales. La frase es esta: “Un caballero nunca tiene calor”.

¿Qué quiere decir la frasecita? ¿Que los caballeros nunca sienten calor? No, quiere decir que la virtud masculina de la fortaleza dictamina que un caballero no se queja del calor: se aguanta.

Las mujeres también hacen trampa, y la ola de calor no es, al menos en algunas, sino una excusa para enseñar y no arreglar. Ojo, la pornografía no consiste en desnudarse sino en apretarse la ropa para ‘marcar paquetes’. Pero la ropa apretada no hace otra cosa que dar más calor y para relanzar una de las reseñables catástrofes contemporáneas más peligrosas: la renuncia de la mujer a la elegancia

Oiga, ¡que el calor no es para tanto!, que lo que ocurre es que nos hemos convertido en una sociedad blandita, muy blandita, que no hace otra cosa que quejarse: se queja del calor, del frío y del entretiempo, porque de lo que es incapaz es de vivir sin quejarse.

Pero todavía hay algo peor de esa nueva obsesión con el calor y es convertir el cambio climático que, efectivamente existe, y tiene tantas consecuencias positivas como negativas, en algún credo religioso. El poder se ha sumado a ello con más beligerancia que el pueblo, y ya estamos citados para el funeral del planeta tierra y el cataclismo universal y mayormente apocalíptico. 

Y aquí habrá que repetir lo de siempre: hay que cuidar el planeta, no hay que fastidiar al hombre para salvar el planeta. El planeta fue creado para el hombre y el mensaje que se le dio fue: “Henchid la tierra y sometedla”. ¿Esto es contradictorio con la encíclica Laudato si del Papa Francisco? En absoluto: tenemos que cuidar el planeta porque debe servir, como nos ha servido a nosotros, para nuestros hijos... pero, ojo, por ninguna otra razón.

Además, estamos en manos de Dios, no de la ciencia, porque la ciencia es humana y el hombre no hace más que meter la pata. No nos agobiemos, estúpidamente, por una presunta tragedia próxima, provocada por el calentamiento global. Dejemos que el Creador cuide de nosotros. Es mucho más científico, porque confiar en el hombre, un muy pequeño elemento del planeta y del universo, un pobre infeliz frente a la inmensidad del universo creado, resulta demasiado osado. 

En todo caso, no existe el calentamiento global y si existe no importa mucho. Lo que existe y sí que importa es el calentamiento mental de tanto progresista masoca, un calentamiento del cerebro que nos ha vuelto ligeramente idiotas.

Además, no es para tanto.