En 2003, san Juan Pablo II, el gran pensador del siglo XX, sólo por detrás de Chesterton, publicó Ecclesia en Europa. Con una de esa frases-titular donde sólo el polaco era capaz de condensar todo un diagnóstico continental, exclamó: "La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera".

La solución está en la oración y en la adoración, que es lo mismo. La oración no sirve 'para la religión' sino para todo, también para lo que bobaliconamente llamamos vida real. Escuchen a San Bernardo, que no es mal maestro: la oración "regula los afectos, dirige los actos, corrige las faltas, compone las costumbres, hermosea y ordena la vida, confiere, en fin, tanto la ciencia de las cosas divinas como de las humanas".

Lo único que el padre Eterno pide a cambio es perseverancia, porque el hombre nunca se toma en serio aquello en lo que no persevera. 

Y el catecismo -hoy estoy de citas que me salgo-, en su punto 1099 recuerda con San Gregorio Nacianceno que aunque "es necesario acordarse de Dios más aún que respirar", lo cierto es que "no se puede orar todo el tiempo si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos". En plata, campeón: que dediques cada día una rato a la oración mental, no vocal, a contarle cosas a Dios. 5, 15, 30, 60 minutos, lo que sea, pero todos los días sin faltar uno.

Que la oración, y no otra cosa, es lo que falta en el mundo.

Es la apostasía silenciosa de Europa o por qué el proyecto europeo ya no ilusiona a nadie. Es más, el reto europeo se ha burocratizado y ya nos ocupa más que nos preocupa. 

Es el coste de vivir como si Dios no existiera. Resulta aburridísimo.