Bombardeos norteamericanos en Yemen
Estados Unidos y Reino Unido, sin Europa, están bombardeado a los hutíes del golfo de Adén, unos piratas que atacan los mercantes que pasan por el mar Rojo, una de las principales rutas del comercio mundial.
Es decir, que Occidente, sin Europa, ha entrado en guerra con un grupo chiíta, financiado por Irán, que opera en el sur de la península arábiga y que es utilizado por Teherán para fastidiar a los sunitas que lideran Arabia Saudí. Es la eterna batalla, otra más, intra-islámica, entre sunitas y chiítas, entre saudíes e iraníes.
Ahora bien, si algo han demostrado los últimos enfrentamientos armados en el mundo es el ya vetusto viejo adagio militar que afirma que las guerras las gana la infantería, el cuerpo con menos 'glamur' de la historia bélica moderna. Desde el aire no se ganan las batallas, sólo se mata más rápido a los civiles. Los bombardeos, invento de la edad moderna, han creado una guerra de los botones, ya sea desde un ordenador de barco o desde un ordenador de avión, donde no se puede discriminar entre objetivos militares y civiles, y, al final, acaban muriendo todos sin que quien apretó el botón arriesgue su pellejo.
Sobre todo, si, como sucede en el mundo islámico, la guerra es una cuestión de familia y los combatientes, fanatizados, pero no por ello valientes, golpean primero a los terroristas y se esconden después detrás de sus mujeres y niños... que es lo que ha sucedido en Israel.
Toda guerra es guerra de religión. En el siglo XXI, la verdadera batalla es espiritual. Y será la más cruenta
En cualquier caso, ahora la cobardía corre del lado occidental, porque lanzar misiles contra los hutíes, además de no vencer a los hutíes significa matar a muchos civiles inocentes... hutíes.
Sí, el bombardeo anglo-norteamericano puede terminar en una escalada de la guerra y también en un aumento del terrorismo (esto se le da muy bien al islam) en Europa, pero lo cierto es que así no se ganará esta guerra, de la misma forma que Israel sólo ha empezado a ganar la guerra de Gaza cuando sus soldados han entrado en la franja.
Ahora bien, desde una perspectiva cristiana, es decir, verdadera, se diría que el mundo sabe que hay guerra, pero desconoce el porqué o, al menos, anda bastante equivocado respecto a ese porqué.
Quiero decir, que, en el siglo XXI, la guerra ya no es entre capitalismo y comunismo, convertidos hoy en dos caras de la misma moneda, sino entre el bien y el mal, es una batalla espiritual, la que más crueldad provoca.
Capitalismo y socialismo han dejado de importar: ahora lo importante es aquello por lo que el hombre matará y sufrirá, es según la convicción personal de cada cual sobre lo que ocurre después de la muerte
Sí, no se extrañen; decía Chesterton que todas las guerras eran guerras de religión. Al final, los hombres no se quitan la vida unos a otros en masa si no es porque lo que está en juego es, antes que su vida, su sentido de la vida, el porqué de su existencia, y, naturalmente, ese porqué tiene que ver con aquello que cada hombre piensa que va a ocurrir después de la muerte.
Vivimos una batalla espiritual, donde se enfrentan el bien y el mal. Para ser más exactos, se enfrentan las fuerzas del Señor del Mundo, Satán, contra el Cuerpo Místico, contra la Iglesia. Es una batalla espiritual por la conquista de las almas y quien no haya entendido esto es que no ha entendido nada.
Ahora bien, del mismo modo que es la infantería quien gana la batallas, la batalla espiritual tampoco se gana apretando botones para lanzar un misil a distancia: se gana peleando, cuerpo a cuerpo, en primer lugar, contra uno mismo y luego contra las fuerzas del mal, muy aficionadas, por cierto, a las quintas columnas.
Esta batalla espiritual afecta a militares y civiles por igual. Y es batalla espiritual, pero con consecuencias físicas, que no en vano el hombre es un anfibio de cuerpo y alma, cuya naturaleza desborda los estrechos límites ideológicos de la batalla entre capitalismo y socialismo. Esas fueron las ideologías del siglo XX, la del XXI exige reconsiderar en qué bando estamos.
Y en esta guerra espiritual, la madre de todas las batallas y probablemente la batalla del fin de la historia, no cabe no alistarse: ya te han alistado. Y como dicen los adolescentes, debes elegir entre conducir la moto o ir de paquete. Pero luchar... ¡vaya que si vas a tener que luchar! Y en infantería, como todo el mundo. No cabe la guerra de los botones, no vale matar al enemigo a distancia. Entre otras cosas porque, en la batalla espiritual, el verdadero enemigo suele estar justo al lado.
Y en la batalla espiritual conviene no equivocarse de bando. Aunque la cosa está bastante clara.