Échenle un vistazo al documental titulado 'Oro Negro', sobre el precio del café. La multinacional norteamericana Starbucks, esa que ofrece sus servicios en USA a mitad de precio que en Europa, no es sino un ejemplo más del mecanismo de fijación de precios de materias primas en el mundo, que lo deciden los mercados financieros... de materias primas. Es el mismo juego especulativo se siempre, sólo que ahora con la comida.

Mientras, en Durban, los profetas del Cambio climático -que sí, que tiene una entidad, pero mucho menor que la predicada por los agoreros y no necesariamente en dirección al calentamiento global- aconsejan lo que ordena el consenso del Nuevo Orden Mundial (NOM) para terminar con la hambruna en el mundo: en lugar de acabar con la pobreza hay que acabar con los pobres, especialmente antes de que nazcan.

En el mundo hay 1.000 millones de personas -uno de cada siete- que pasan hambre. Y esto sucede, y aquí está el mal de la especulación financiera, en un mundo que ha multiplicado su capacidad de producción, gracias al ingenio humano.

Es más, todas las crisis económicas de la era moderna han llegado por sobreproducción. De ahí las nefastas leyes europeas de la política agraria común y las igualmente nefastas, 'farm act' norteamericanas. Sobraban alimentos y se subvencionaba a los agricultores del Primer Mundo para no producir, con el consiguiente daño a los productores del mundo subdesarrollado. Pues bien, gracias a don Mercado Financiero, que fija los precios en todo el planeta, podemos conseguir que el mundo, en efecto, produzca menos alimentos de los necesarios, pudiendo producir más.

Me temo que nos encontramos con la amenaza cierta de la primera crisis de hambre de la modernidad, caracterizada hasta ahora por la sobreabundancia. Hasta aquí las crisis alimentarias eran de sobreproducción, ahora puede sobrevenir la primera crisis de penuria. El culpable no es el cambio climático, sino la especulación en los mercados financieros... de materias primas.

En paralelo, el abandono del campo en pro de ciudades cada vez más inhabitables es la consecuencia de la especulación con los precios de los alimentos. Porque insisto: no es que no hubiera alimentos para todos, es que los pobres no los pueden comprar. A partir de ahora sí que puede haber penuria.

Pero la modernidad tiene mucha cara: ya se está preparando argumentalmente para afrontar las consecuencias del desastre que ella misma ha provocado. ¿Cómo? Con su táctica acostumbrada: buscando un culpable. La culpa del hambre la tiene la sobrepoblación. ¿Sobrepoblación? ¿En un mundo que puede alimentar a decenas de humanidades? No, la culpa la tiene la codicia de los mercados, que es distinto.

Y si esa hambruna, ojalá me equivoque, se produce, entonces témanse lo peor. Porque el hambre conduce a la desesperación.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com