
“Frente a la lógica de la ciencia tú nos has enseñado la ciencia de la cruz”, he leído no se dónde, días atrás. Hoy quiero comparar a dos judíos, un hebreo y una hebrea, a Benjamín Netanyahu y a Edith Stein, también conocida como Santa Teresa Benedicta de la Cruz (cuya festividad se celebra cada 9 de agosto).
El primero solo cree en la lógica de la guerra, la segunda fue una de las grandes filósofas contemporáneas, pieza avanzada de la fenomenología del austriaco Edmund Husserl, que tanto influyera en el más conocido e influyente Martin Heidegger.
¿Qué fue la fenomenología? Pues el regreso de Europa, o sea, del mundo, al sentido común.
La filosofía se divide en realismo e idealismo. Realismo: el sensato que cree que las cosas son lo que son. Idealismo: el insensato que cree que las cosas son lo que él cree que son, lo que la mente humana, preferentemente la suya, cree que son.
Es decir, que la fenomenología fue la vuelta al sentido común tras años de viaje por la locura, que comenzó cuando el hombre empezó a dudar de Cristo, y acabó cuando el hombre se adoró a sí mismo, siendo la cumbre filosófica de este proceso un señor llamado Emmanuel Kant.
De hecho, siempre me ha sorprendido por qué las feministas están preocupadas en encontrar ejemplos de mujeres profundas con las que disputar al hombre su primacía, pero no han adoptado por bandera a Edith Stein, cumbre filosófica del siglo XX y, además, mujer. Quizás, porque Stein, natural de Polonia, se inició practicando la religión de Abraham, después se adhirió al ateísmo y, finalmente, tras leer a una tal Santa Teresa de Jesús, acabó pronunciando estas palabras: “Esta es la verdad”. Se convierte al catolicismo y se hace carmelita.
Huyendo de los nazis trasladan la congregación carmelita de Stein a una pequeña ciudad holandesa, pero los alemanes invaden Holanda y, cuando aparecen en el Carmelo donde residía Edith Stein, no van buscando a religiosas a las que fastidiar, que también, sino a aquella filósofa sabihonda judía que, como buena católica desafiaba, no ya la profunda, en verdad profunda, teoría idealista, de las que surgieron el comunismo y el nazismo, sino las columnas del régimen hitleriano.
Junto a su hermana Rosa, asimismo conversa carmelita, Stein es trasladada a Auschwitz y nada más llegar le introducen en la cámara de gas.
A Netanyahu le tengo simpatía como judío, miembro del pueblo elegido, nuestros hermanos mayores en la fe. No es casualidad que el mismo Papa que concediera a Stein el título de doctora de la Iglesia fuera el mejor amigo que los judíos hayan tenido jamás en el Vaticano: un tal Karol Wojtyla (hoy san Juan Pablo II).
Pero Benjamín ya no es nada de eso. No es un judío, es un sionista que más que en Yahveh, cree en que el pueblo está obligado a matar para subsistir. Por cierto, ¿pueblo elegido por quién? Benjamín no lo sabe y tampoco lo quiere saber.
Me he acordado de Stein y de Netanyahu, leyendo los últimos artículos de Juan Manuel de Prada, posiblemente el mejor escritor y pensador del momento en España. Al civil de los ataques de los judíos por decir la verdad: que Netanyahu se ha pasado dos pueblos en Gaza y que los judíos también matan a cristianos, yo también soy pro-judío pero no soy pro-sionista. Netanyahu tiene toda la razón para empezar la guerra en Gaza. No solo por la inmensa gravedad del acto terrorista del 7 de octubre de 2023 sino también porque se enfrenta a unos musulmanes cobardes que primero golpean al débil y luego corren a esconderse tras sus mujeres y sus niños, a los que ponen como escudos. Dan asco, pero, aún así, el señor Benjamín no tiene derecho a enseñarse con sus hijos. Los hijos de los palestinos también son inocentes.









