Terminada la larguísima conferencia internacional COP 27, celebrada en Egipto, los periodistas titulamos el evento asegurando que había sido un fracaso. En términos políticos, lo es; en términos argumentales, me temo que es peor: se ha vuelto a imponer el viejo sofisma progresista: cara, yo gano; cruz, tú pierdes.

A ver: no ha habido acuerdo digno de tal nombre porque los países pobres, con razón, están más preocupados de su hambre que de su contaminación y están hasta el gorro de que Occidente, sobre todo Europa, les apriete el cinturón, al tiempo que pretende apretárselo al Tercer Mundo... con la diferencia de que los pobres no tienen ni cinturón ni pantalones.

Podemos dar de comer al hombre, pero no podemos salvar al planeta: es una cuestión que se nos escapa porque depende de magnitudes que no podemos controlar

Europa puede permitirse el lujo de salvar al planeta, pero la República del Congo se preocupa por tener algo que llevarse a la boca. Primero la justicia con los hombres y luego salvaremos a la madre Gaia.

Con una diferencia entre ambos objetivos, sí podemos dar de comer al hombre, pero no podemos salvar al planeta, es una cuestión que se nos escapa porque depende, como tantas otras cosas, de magnitudes que no podemos controlar.

Pero el argumento perverso de los ecologistas y demás sostenibles continúa actuando y se resume como he dicho antes: cara, yo gano; cruz, tú pierdes.

Lo dicho: mejor confiar en la Providencia que en las renovables

Ejemplo. oído en TV: "Con un mar más caliente las lluvias podrían ser más intensas y provocar inundaciones". Palabras textuales de un experto climático. Pero cómo, ¿el problema no era la sequía? O es que todo, lo uno y su contrario, constituye un problema y la culpa la tiene el hombre... 'quod erat demonstrandum'.

Pues es igual, doña Teresa Ribera ha vuelto de Egipto igual de crecida, con su sarta de mentiras habituales: el hombre es culpable, las renovables son baratas, para salvar al planeta debéis volver a la caverna... y pienso cerrar las centrales nucleares.

Por cierto, que un invierno frío, este que está a punto de llegar, nos puede echar en manos del gas y, si me fuerzan, del carbón... y a lo mejor no es malo. Me temo que a Teresa Ribera le hace falta una cura de humildad. A la ONU también. A los científicos ecologistas, más que a ninguno.

Lo dicho: mejor confiar en la Providencia que en los ecologistas.