San Francisco ha abierto la ciudad a los coches autónomos, sin conductor. Y ha llegado la polémica, no por la seguridad sino por los verdes. Los ecologistas están muy cabreados. Y no por los autónomos contaminantes -de hecho, contaminan poquísimo- sino porque suponen un reflotamiento del transporte individual, cuando todo el transporte, y la sociedad misma, toda entera, debiera ser colectivo, a ser posible estatal.

Lo que demuestra, una vez más, que ecologistas y feministas no se contentan con nada: no tienen límite. Los primeros quieren que volvamos a la caverna, los segundos sólo desean que no nazcan niños.