No es nuestra, sino Suya,
no marcamos el camino,
Él marca nuestro caminar,
a su ritmo y  a su andar.

 

La reforma verdadera,
no es darnos con desenfreno,
a nuevas fachadas levantar;
sino que muera, procurar,

 

en la medida de lo posible,
lo que es, o sea nuestro,
lo que pueda envanecernos;

 

y que aparezca reluciente
lo que siempre fue Suyo:
el Evangelio, a perpetuidad.