El Papa Francisco se ha opuesto a las deportaciones masivas que anuncia Donald Trump y que muy probablemente no lleve a cabo porque sabe que suponen un gasto tremendo y, además, para deportar a alguien necesitas que el país al que le deportas, le acepte. Bueno, salvo que hablemos de presidiarios, que, entonces, más que deportaciones, hablamos de un cambio de prisión.
En cualquier caso, el Papa pone en un brete la conciencia de los católicos, a los que pide, nada menos, que se opongan a "las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados". O sea, a Trump. Ni una palabra para los hermanos que sufren la avalancha de delincuencia, especialmente las mujeres, de los migrantes que no están dispuestos a agradecer la acogida ni a integrarse en el país que les acoge.
Pero es que, además, el problema no es lo que Francisco dice sino cuándo lo dice y cómo lo dice. La política migratoria de Biden fue, no igual, sino peor que la de Trump en cuanto a las fronteras cerradas. Pero el abortero Biden, abanderado de la generación woke, no recibió ni una critica de Papa en cuatro años. Por contra en cuanto Trump ha subido al poder Francisco se ha enfrentado directamente a él. Incluso antes de subir, en campaña, llegó a comparar el aborto rampante de Biden con la noticia migratoria de Donald Trump.
Es decir,el Papa recibe con alegría a Biden y golpea duro a un Trump que ha revocado el woke, el gender, el aborto, la transexualidad y otras salvajadas que Biden promocionaba y financiaba.
Santidad, ¿se da usted cuenta de que está haciendo, no política, que eso es necesario en un pontífice, dado que la política sin doctrina se convierta en un monstruo? No, lo que está haciendo Francisco es política partidista, en apoyo de los progres que odian a la iglesia y en contra de los que defienden la doctrina católica, por ejemplo el respeto a la vida intrauterina.