Si yo hubiera vivido en el Madrid del 18 de julio de 1936, sin dudarlo un solo instante, me hubiera pasado a la zona de Franco, por dos razones de mucho peso: primero, para evitar que me asesinaran los rojos y, segundo, para luchar en defensa de mi fe.

Y es que servidor acostumbra a asistir a la Santa Misa, no solo los domingos y fiestas de guardar, sino también los días de diario. Teniendo en cuenta que en el trienio  de 1936 a 1939, como llama a la Guerra Civil el cobardica portavoz de la línea COPE, la radio de los obispos, que “oler a cera” estaba penado con la muerte, no podría haber permanecido en la capital de España ni un solo minuto el 18 de julio 1936, porque mi persona, no es que oliera a cera, es que, para los rojos hubiera sido el cirio pascual.

Es más, ya tendría pensado la fuga desde mucho antes del 18 de julio de 1936, porque la persecución religiosa contra los católicos se había desatado tras proclamarse la Segunda República. Y como de tonto no tengo ni un pelo, ya habría adivinado la que se me venía encima y tendría previsto un plan A, otro plan B y hasta otros muchos planes más de unas cuantas letras más del alfabeto.

Porque lo cierto, como ya escribí en otro artículo, es que La Segunda República española se manchó de sangre desde el primer momento, exactamente desde su proclamación el 14 de abril de 1931. Ese mismo día fueron asesinadas tres personas por los manifestantes “pacíficos”, que celebraban el cambio de régimen. Y días después, el 11 de mayo de 1931, comenzó la quema de iglesias y conventos en Madrid, que inmediatamente se extendió por toda España. Y si a esto añadimos los asesinatos cometidos por los socialistas con motivo del golpe de Estado que dieron en 1934 y los crímenes cometidos en los meses previos a que estallara la guerra por los que dieron el pucherazo en las elecciones de 1936… Si a los socialistas no les importó utilizar a la policía de la República para asesinar a alguien tan conocido como el jefe de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo… ¡Qué no hubieran hecho conmigo!

Es más, no solo tengo razones para afirmar que el 18 de julio de 1936 se veía venir la mayor persecución religiosa de toda la Historia de la Iglesia, sino que además me atrevería a decir que si los dirigentes de la Segunda República no la hubieran emprendido contra los católicos, quemando nuestras iglesias y asesinando a unos cuantos mártires, ni hubiera habido guerra civil, ni Franco hubiera entrado en la historia como jefe de Estado, ni una plebeya hubiera tenido la oportunidad de llegar ser reina… Porque ahora tendríamos como jefe de Estado al noveno o al décimo presidente de la Segunda República española.

Si los dirigentes de la Segunda República no la hubieran emprendido contra los católicos, quemando nuestras iglesias y asesinando a unos cuantos mártires, Franco no habría llegado a jefe de Estado

¡Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz! Cuando afirmo que el 18 de julio de 1936 yo me hubiera pasado al bando de Franco, lo digo con fundamento… Con fundamento histórico, claro está, porque los perseguidores de la Iglesia no escondieron las intenciones que tenían y las proclamaron a los cuatro vientos. Veamos solo una muestra.

El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) ha sido exaltado con una placa en la casa donde se fundó, en la calle Monserrat de Casanova, en Barcelona. Pues bien, su fundador, Andrés Nin el 2 de agosto de 1936 declaró lo siguiente en La Vanguardia: «La clase obrera ha resuelto el problema de la iglesia sencillamente, no ha dejado en pie ni una siquiera».

El 15 de agosto de 1936, se podía leer en Solidaridad Obrera: «La Iglesia ha de desaparecer para siempre. Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas. No se quemarán más blandones en aras de un costal de perjuicios. Se han terminado las pilas de agua bendita (…) Hay que arrancar a la Iglesia de cuajo. Para ello es preciso que nos apoderemos de todos sus bienes, que por justicia pertenecen al pueblo. Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados».

Otro periódico como La Batalla, proclamaba el 19 de agosto de 1936: «No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social».

Hasta el Secretario General del Partido Comunista, José Díaz, justifica el comportamiento que yo hubiera tenido el 18 de julio de 1936

Juan Peyró, Ministro de industria en el gobierno de Largo Caballero, escribió: «El anatema general contra los mosqueteros con sotana y los requetés engendrados a la sombra de los confesonarios fue tomado tan al pie de la letra que se ha perseguido y exterminado a todos los sacerdotes y religiosos únicamente porque lo eran (…) La destrucción de la Iglesia es un acto de justicia (…) Matar a Dios, si existiese, al calor de la revolución cuando el pueblo inflamado de odio justo se desborda, es una medida muy natural y muy humana».

Juan Peyró: Ese ha perseguido y exterminado a todos los sacerdotes y religiosos únicamente porque lo eran"

Y pasados los primeros meses de la guerra, con un poco de perspectiva de lo que habían hecho, el 5 de marzo de 1937, el Secretario General del Partido Comunista Español, José Díaz, dijo en Valencia: «En las provincias en las que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado con mucho la obra de los Soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada».

En conclusión, que hasta el secretario general del Partido Comunista de España, José Díaz, justifica el comportamiento que yo hubiera tenido, cuando estalló la Guerra Civil: el 18 de julio de 1936, para un católico como yo, no quedaba otra que salir corriendo del Madrid rojo, para refugiarse en el bando nacional que Franco acaudillaba.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá