La difusión por las redes sociales del libro La Pasión Mística, espiritualidad y sensualidad (México, diciembre de 1998) del cardenal Víctor Manuel Fernández (‘Tucho’) ha levantado una gran polvareda, por la nada que tiene de espiritualidad y por el todo que tiene de sensualidad, expuesto además de un modo impropio no solo de un sacerdote, obispo y cardenal de la Iglesia, sino de cualquier persona con dos dedos de frente.

Como el texto de este libro ha sido publicado profusamente y cualquiera puede conocer de qué se trata, esto me permite a mí no citar ciertos textos de este libro, que entre las abundantes críticas que ha recibido algunos de sus pasajes han sido calificados de pornográficos y hasta de blasfemos. Por eso advierten los primeros auxilios que si alguien por error o imprudencia bebe lejía, lo que no se debe hacer es provocar el vómito, pues por la misma condición de lejía que quema al entrar, vuelve a abrasar los conductos por los que pasa al expulsarla.

Nada más conocer la existencia de este libro, me faltó tiempo para alzar mi voz y en un artículo de Hispanidad me limité a pedir el inmediato cese del cardenal Víctor Manuel Fernández, como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Y en ese mismo escrito ya anuncié que con más calma y extensión haría un análisis de este suceso. Y esto es lo que toca hoy.

Comencemos por indicar que la publicación de este libro no figuraba en el currículum vitae oficial del cardenal Víctor Manuel Fernández. Y si no llega dar noticia de su existencia el conocido blog de Caminante Wanderer, ni nos hubiésemos enterado. Y, es más, el título con el que Caminante Wanderer encabezaba su artículo daba a entender que la ocultación del libro era intencionada por parte de su autor.

Todo esto unido al cargo que tiene en la Curia Vaticana el autor de este libro y la reproducción en el artículo de Caminante Wanderer de párrafos realmente escandalosos, hizo pensar y hasta escribir a algunas personas que se trataba de una noticia falsa y que esos párrafos y el texto del libro se los había inventado el citado Caminante Wanderer.

Pero al día siguiente de la publicación del artículo de Caminante Wanderer fue el mismo cardenal Víctor Manuel Fernández el que hizo unas manifestaciones, reconociendo que el libro lo había escrito él. Con esa intervención, pretendía el purpurado contrarrestar el escándalo que se había originado, pero la verdad es que lo que dijo consiguió el efecto contrario, porque sus palabras empeoraron todavía más la situación.

Para quitarle importancia, Su Eminencia comenzó por afirmar que se trataba de “un libro de juventud”, lo que nos induce a pensar, a juzgar por los mismos datos que constan en el libro, o que el cardenal miente o que tiene un peculiar concepto de la juventud.

En efecto, en los créditos del libro, figura que el libro lo dio a luz Ediciones Dabar de México el mes de diciembre de 1998. En consecuencia, como es público que el cardenal Víctor Manuel Fernández nació el 16 de julio de 1962, esto significa que cuando publicó La Pasión Mística, espiritualidad y sensualidad ya tenía los 36 años cumplidos, que es una edad de plena madurez.

Pero además de no ser ningún jovencito, sino más bien una hombre hecho y derecho de 36 años, en 1998 Víctor Manuel Fernández también había alcanzado una madurez académica cuando publicó el libro de marras. Y volvemos a justificar nuestra afirmación, con los datos que expone el autor de La Pasión Mística, pues en la página 3 del libro manifiesta que es “doctor en Teología, [que] ha hecho estudios de Sagrada Escritura y de Sicología Religiosa en Roma, es perito de la Comisión de Fe y Cultura del episcopado argentino y es autor de varios libros y artículos de autoayuda y espiritualidad”.

Pero lo más sorprendente de las manifestaciones del cardenal prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es que no se arrepiente de lo que escribió en La Pasión Mística, pues dice que no quiere que se difunda ahora ese libro porque “podría malinterpretarse” su contenido. Es decir, que según Víctor Manuel Fernández, la culpa la tenemos nosotros que somos unos malpensados. Sin embargo,  han sido tantas y tan unánimes las críticas contra el contenido del libro que dejan al cardenal en entredicho. No, Eminencia, lo de su libro no es problema de “entendederas”, sino de “explicaderas”.

Pero es que ni en el caso de que el cardenal Víctor Manuel Fernández hubiere manifestado su arrepentimiento -lo que no ha sucedido- podría seguir al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. “Arrepentidos quiere Dios”, dice el refrán, y así es como procede Dios en orden a la salvación de las almas para librarnos de la condenación eterna. Pero otra cosa distinta son las exigencias para desempeñar un cargo en las sociedades humanas, sean del tipo que sean: políticas, culturales, deportivas y hasta eclesiásticas.

En efecto, la comisión de determinados delitos en la vida civil, además de la pena en dinero o de cárcel que imponga el juez, generan lo que se conoce como “antecedentes penales”, que siguen en pie incluso después de pagar la multa o de pasar por el presidio, ya que privan de ciertos derechos, como los de desempeñar determinados cargos. En consecuencia, como el autor de La Pasión Mística en su libro confunde la gimnasia con la magnesia eso le genera “antecedentes excluyentes” para ejercer como juez en unos campeonatos de gimnasia, o como médico en una clínica.

Pero es que además, incluso con arrepentimiento, que insisto en que no lo habido, es lo mismo que el libro sea de juventud o de madurez para obtener la confianza en el desempeño de un cargo, como el de guardián de la pureza doctrinal de la Iglesia. Me explico con el relato de una experiencia propia.

El primer ejercicio de las antiguas oposiciones de Universidad era conocido como el del “autobombo”, porque ante un tribunal de cinco miembros el aspirante a profesor universitario tenía que justificar los trabajos que había hecho en el pasado para que, si el juicio del tribunal era positivo, le otorgaran su confianza y le concedieran una plaza docente. Y naturalmente que el aspirante trataba de presentar su biografía lo más retocada posible, por aquello de que a nadie le gusta quedar mal, y menos cuanto te estás jugando el sustento. Pero en ese ejercicio había que exponerlo todo, sin ocultar nada, porque todo puntuaba, lo bueno para sumar y lo malo para restar.

Por lo tanto el pasado, que como vimos puede generar antecedentes penales, también sirve para ganar la confianza para un cargo. Y como de sobra sabía el cardenal Víctor Manuel Fernández que ese libro no es precisamente un mérito para que los fieles le reconozcamos como el guardián de la doctrina de la Iglesia, lo ocultó. Y ha sucedido lo peor que pudiera suceder: que al prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe le han pillado, como vulgarmente se dice, con “el carrito del helao”.

El artículo antes citado de Caminante Wanderer ha puesto de manifiesto que la capa cardenalicia de Víctor Manuel Fernández no era ni corta ni larga, porque el rey iba desnudo. Este hombre tiene la cabeza vacía de ideas, porque la tiene llena de otra cosa; por decirlo delicadamente, las exposiciones de La Pasión Mística de Víctor Manuel Fernández solo tienen categoría de pocilga, pero de un nivel a ras del suelo de la cochiquera, donde se coloca el tronco ahuecado donde comen los cerdos, que se llama duerno, y que se asienta rodeado de los excrementos del animal.

No exagero ni un poco. Esta es la “sólida” base intelectual sobre la que Víctor Manuel Fernández justifica el placer hasta elevarlo a la categoría de “culto a Dios”. Así lo expone en la página 86: “Partimos de un presupuesto elemental: Dios ama la felicidad del hombre, por lo tanto, también es un acto de culto a Dios vivir un momento de felicidad”. Por ejemplo, se me ocurre a mí, una borrachera de esas que hacen olvidar todas las penas y el borracho flota de felicidad… En consecuencia, ¿En qué tendencia filosófica o teológica clasificamos los conceptos del placer, la felicidad y el culto a Dios, que aporta el cardenal prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe? Pues en ninguna, porque semejante melonada no tiene entidad alguna ni filosófica ni teológica, porque en el libro que estamos comentando se cumple la sentencia del labriego: "Donde no hay mata, no hay patata".

Grave es que el cardenal Víctor Manuel Fernández haya escrito las guarrerías que ha escrito, ya que hay que tener estómago para no saltarse algunos párrafos del libro. Pero hay algo todavía más grave como es que una cabeza con una avería tan grave como la que demuestra tener el autor de semejante bodrio desempeñe un cargo de tanta responsabilidad.

Por eso hace unos días levanté mi voz para que el Papa Francisco le cesara fulminantemente. Pero al día de hoy, mientras escribo este artículo, confieso que el Papa no me ha hecho caso, y lo comprendo. Porque cesarle sería tanto como reconocer que se equivocó al nombrarle. Por lo tanto, malo es cesarle para el Papa Francisco, pero peor es mantenerle. Así es que para dejar bien al sucesor de San Pedro, lo apropiado sería que fuera el propio cardenal Víctor Manuel Fernández el que se retirara, pero que abandonara el cargo para esconderse en una cartuja donde poder pasar el resto de su vida pidiendo perdón y haciendo penitencia por el escándalo y el daño que está causando a la Iglesia.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá