Ojo al artículo de El País, fechado el pasado 24 de diciembre, en Nochebuena, bajo el título "Estigmatizados por no ser monógamos". Pueden leérselo entero o creerme si les digo -¡Ah!, ¿ya lo habían sospechado?- que se trata de una defensa de los cuernos, de la infidelidad programada pero -vivimos en la blasfemia contra el Espíritu Santo- elevada a virtud.

El matrimonio abierto, como la mente abierta y la boca abierta, es síntoma cierto de estupidez

Hablo de los matrimonios abiertos, de mente abierta, que, como es sabido es como tener la boca abierta: un signo de estupidez. Tú te comprometes con una pero eso no quiere decir que copules sólo con ella. No, tu te juntas con quien quieras, que para eso eres libre.

Es la nueva frontera de la progresía, que ya se ha abierto con referentes sociales como la exalcaldesa de Madrid, doña Manuela Carmena, quien aseguraba que su matrimonio era "abierto", lo que significa que siempre hay un alguien para cruzar cualquier tipo de puerta abierta.

Proclamar la infidelidad matrimonial es la nueva frontera progre: se llama poliamor. Recuerden, lo progre siempre resulta cursi

Tratemos de ponernos serios: reivindicar la deslealtad al voto matrimonial (eso es un matrimonio, un voto, un compromiso) no atenta contra el matrimonio canónico -que también- sino contra el matrimonio civil, que no exige amor para toda la vida ni tampoco apertura a la vida, ni tan siquiera mutuo auxilio, pero sí exige fidelidad a los cónyuges, nada de matrimonios abiertos, Insisto: lo exige el Estado, no la Iglesia.

Por tanto, el matrimonio abierto no sólo atenta contra la Iglesia, atenta también contra el Estado. Quizás porque hasta los políticos, de vez en cuando, muestran un adarme de sentido común.

Si no van a ser fieles a su pareja, ¿para qué se casan? Que forniquen y en paz. Los animales lo hacen así

Estamos ante una nueva frontera progre: acabar con la fidelidad matrimonial. En la práctica ya hemos acabado ahora -blasfemia contra el Espíritu Santo- debemos acabar en teoría.

Sí, a mí también me encantaría retozar con la vecina del quinto, que está mollar, pero me aguanto porque un día hice un compromiso con mi perpetua. Y me debo a ese voto, porque, sin su cumplimiento, no mi palabra, sino mi vida, no vale nada. 

En cualquier caso, más sencillo: si no van a ser fieles a su pareja, ¿para qué se casan? La cosa suena poco romántica. Que forniquen y en paz. Los animales lo hacen así y no les va mal.