Para escuchar lo que Dios tiene que decirnos... amar el silencio. Vamos, que cierres el pico
Hecho real. Niño de ocho años que prepara su primera comunión. Uno de los chavales asegura que está muy bien eso de que orar es hablar con Dios pero que a él Dios no le contesta. Sin que le pregunte el catequista, otro le responde que "para escuchar a Dios hay que estar en silencio".
Lo mismo dijo Santa Faustina Kowalska, la mística del siglo XX: a Dios no le gustan las almas parlanchinas.
Muy parecido a lo del gran y lo mismo, el más famoso divulgador católico del mismo siglo, Clive Lewis, por boca de Escrútopo, demonio en jefe de Cartas del diablo a su sobrino, quien aconseja a sus soldados tentadores que den rienda suelta a la locuacidad de la criatura, incluso que escriban libros sobre su desazón: hablar y hablar expresando estados de ánimo es la mejor forma de hacer callar a Dios y de esterilizar cualquier cambio en el alma.
No sólo eso: luego expresa el principal deseo de “Nuestro Padre de las profundidades”: convertir el mundo en un constante ruido, frenético de actividad.
Para escuchar lo que Dios tiene que decirnos... amar el silencio. Vamos, que cierres el pico.