- No he oído hablar mucho, en el Sínodo de la familia, sobre la donación mutua de los esposos.
- O sobre tener muchos hijos confiados en… la misericordia de Dios.
- No, de la única misericordia de la que he oído hablar es la de abrir la puerta al sacrilegio.
"
Ay madre que me lo han roto
Hay hija no digas qué.
El cantarillo en la fuente,
el cantarillo en la fuente,
qué coño pensaba usted".
Lo dice la copla y a mí
me entran ganas de entonarla en cuanto oigo hablar de una nueva iglesia, que es la expresión favorita -la he visto recogida en un
suplemento religioso- y de
otros muchos comentaristas del afortunadamente finiquitado Sínodo de la familia. Si al menos se tratase de una Iglesia nueva, podríamos pensar en la renovación de la Iglesia de siempre pero una Iglesia nueva me da pavor. A lo mejor es que como diría Guareschi,
la Iglesia de Cristo no puede cambiar porque
Cristo es eterno (o sea, que Dios no es progresista).
El postsínodo nos ha traído otra máxima que, una vez más, es aceptable -sólo aceptable- en teoría como inoportuna e injusta en la práctica. No es literal pero se la traduzco así:
la tarea de la Iglesia no consiste en distribuir condenas o anatemas sino en proclamar la misericordia de Dios. Y
en principio es cierto, una gran verdad, una iglesia en positivo, risueña, no perpetuamente cabreada, como si fuera un
Pablo Iglesias cualquiera.
Ahora bien, los mandamientos son condenas y anatemas, el credo es obligación de aceptación de unas verdades no fácilmente aceptables. Los sacramentos constituyen el mayor regalo de Dios a los hombres después de la redención, pero
se imponen normas severas para acceder a ellos. Y esto desde que el mundo es mundo.
En cualquier caso, si lo que quieren decir los
padres sinodales es que nos olvidemos de prohibir a los pecadores acceder a la eucaristía para centrarnos en lo positivo, deberían haber dedicado al sínodo, no a los pecadores ante la comunión, sino
a animar, a ellos y a ellas, a comprometerse, a donarse al otro-otra, a tener muchos hijos -y no matar a ningún embrión-
confiados en la misericordia de Dios. Miren por dónde, de eso no les he oído hablar mucho.
Al parecer, lo de la misericordia sólo es el anzuelo por el que tenemos que tragarnos el sacrilegio, casi legalizado, y siempre permitido… en pro de la misericordia. Es decir,
he oído hablar de abrirle el camino al sacrilegio.
Misericordia para todos, salvo para el Dios que se anonada ante la criatura dejándose encerrar en un sagrario
y ofreciéndose como víctima ante el mundo, todos los días, en cada momento de cada día. Curioso.
¿Iglesia nueva? Ay madre que me lo han roto…
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com