Lo decía Chesterton: el que cree en Dios necesariamente cree en la igualdad entre los hombres. Osado que es uno, me atrevo a decir más: digo que el que cree en Dios también cree en la libertad del hombre.

Desgraciadamente, en España, la atmósfera imperante dictamina la radical separación entre política y religión. Si por ello entendemos que los clérigos no entren en partidos políticos o en política partidista, nada que objetar. Pero no: lo que se ha consensuado (y recuerden que ya no vivimos en la sociedad de la conspiración sino en la del consenso) es que la fe debe reducirse a la conciencia individual, que el creyente no tiene derecho a expresar sus convicciones, sus principios o sus sentimientos.

Si Dios no existe, la libertad no sirve para nada

Ahora bien, política y religión no sólo están mezcladas: lo que están es entrelazadas. El divorcio entre política religión no es bueno o malo: es imposible.

Ahora bien, si Dios no existe, ¿por qué razón el hombre había de ser libre? Es más, ¿libertad para qué? Si Dios no existe tampoco existe la norma moral objetiva y, además, todos deberíamos condenarnos al relativismo. Sí, porque si Dios no existe tampoco existe el bien y el mal.

Si Dios no existe, la igualdad no tiene sentido: ser es ser compitiendo

Si Dios no existe, la igualdad no tiene sentido: ser es ser compitiendo.

Decíamos ayer​ que Pedro Sánchez es un ateo practicante. Un Zapatero-2 aún más insensato que ZP. Y lo malo de los ateos es que enseguida acaban convirtiéndose en antiteos. A partir de ahora, ojo con la Eucaristía en España. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Todo. Los antiteos inteligentes apuntan al corazón de la vida cristiana y de la Iglesia, que vive de la Eucaristía.

Un ateo ha llegado a La Moncloa: a partir de ahora, cuidado con la eucaristía en España

Hemos pasado de Mariano el tibio a Pedro el ateo, del fuego a las brasas. Ahora, cuidado con la Eucaristía.