Retrato de los intervinientes en el Debate sobre el Estado de la Nación. Empezamos por Mariano Rajoy (en la imagen), el tibio.

Su frase favorita es la de "el sentido común asegura", pues ya se sabe que se trata de un sentido muy poco común. Su discurso fue el de un engreído sin razones de peso que amparen su jactancia. Para el presidente del Gobierno, la pregunta sigue siendo la misma: ¿En qué cree el señor Rajoy? Y la respuesta se acrisola día a día: en nada. En lo único que cree es en mantenerse en el poder a cualquier precio y cuanto más tiempo mejor. Rajoy es un tibio.

Con estos políticos, España afronta una seria amenaza de enfrentamiento civil

Cuando oigo hablar a Rajoy me cabreo; lo malo es que, cuando oigo hablar al resto del arco parlamentario, me deprimo. A ver quién dice la burrada más gorda. La tribuna del Congreso de los diputados se convirtió ayer martes en un concurso sobre cómo llamar la atención al telespectador, a ver quién insulta más o mejor. Ni asomo de ironía, sólo sarcasmos; ni un adarme de alegría, sólo ofensas de sal, más o menos gorda.

Comencemos con Pedro Sánchez: es tontín. No tonto, sólo tontín. A Sánchez le han dicho -quizás lea Hispanidad- que a Rajoy sólo le preocupa el caso Bárcenas -y es cierto- y ha decidido aprovecharlo. Lo cual está muy bien, oiga, pero, de vez en cuando, conviene aportar algo de cosecha propia. Este Sánchez es un bisoño con mala leche. En economía pide lo del viejo sindicalista: que se mueran los ricos y las mujeres de los pobres, trabajar menos y ganar más… lo habitual. Ahora bien, cuando se trata del caca-culo-pedo-pis de la progresía Sánchez se lanza en plancha. Ya saben, hablo de aborto, divorcio exprés, ataques a la familia, homomonio, ataques al cristianismo, y ataques al bien común, porque los socialistas quieren cargarse la propiedad privada pequeña, entonces sí: ahí Pedro se tira en plancha.

Sigamos: la lideresa que más se parece a Sánchez es la líder de UPyD, la jacobina Rosa Díez. Su mensaje es el mismo de Pedro Sánchez: todo está mal, sólo que peor, en versión verdulera. A doña Rosa parece importarle poquito la actualidad nacional, lo que le importa es sacar a colación a Bárcenas. Pero tampoco le interesa limpiar España de corrupción, lo que quiere es utilizar la corrupción como arma arrojadiza. No le interesa que en el PP se robe. Lo que le interesa es poder demostrar que Rajoy robó, para vencerle, no para regenerar la democracia. Ni más ni menos. Todo muy espurio, muy guerracivilista.

Durán Lleida. ¡Qué talento desperdiciado! Sin duda, el mejor diputado español… perdido en la quimera independentista catalana. Prisionero del soberanismo de Artur Mas, Durán se ve circunscrito a unas reivindicaciones en las que apenas cree y que, en cualquier caso, le quitarán el chaqué para colocarle la boina reivindicativa catalana. Es como un trasatlántico en un estanque.

Y así, Durán volvió a amenazar con una declaración unilateral de independencia del Parlamento catalán. El pobre está castrado por el independentismo catalán.


Luego está Alberto Garzón, el líder comunista, grande entre los grandes, a pesar de su tendencia a la diarrea verbal. Garzón va enlazando imágenes con un lenguaje que nos remonta a la II República y con una encantador utopismo sobre el "otro mundo", que no es la vida eterna, sino, al parecer el mundo que vive 'el pueblo', mismamente: él. Uno se siente trasportado al parlamento de Lerroux, Azaña y compañía. En cualquier caso, las muchas palabras se resumen en unas pocas, con las que se despidió de sus señorías: "¡Salud y República!". Esto es el grito de los milicianos, un pelín homicidas, de esa II República.


¿Que lo de la guerra civil nos suena exagerado? Tiene algo de lógica: no entendemos que una guerra civil sea posible -y lo es- por la misma razón que no entendemos que la corrupción no es una enfermedad que afecta a la clase política sino a todos y cada uno de nosotros. Sí, la corrupción es grave, pero no porque afecte a las instituciones sino porque nos afecta a todos los españoles. Por eso España puede caer en un enfrentamiento civil.


Ese es el peligro, una guerra civil en España, un país corrupto. Es decir, moralmente corrupto, y el Debate sobre el Estado de la Nación sólo ha demostrado que la falta de rectitud de intención de nuestra clase política. Y así el peligro de enfrentamiento civil es evidente.


Y otro de los factores que nos ponen en peligro de guerra civil es ese negarse, generalizado, no sólo a ver nada nuevo en el contrario, sino a negarle su presunta rectitud de intención. A partir de ahí no hay manera de conseguir la concordia mínima que permite evitar el encontronazo violento.


Eulogio López


eulogio@hispanidad.com