• El seny consiste en no prejuzgar, aunque luego se juzgue y hasta con dureza.
  • El catalán prefiere pactar a reñir: eso exige ver la parte de razón del otro.
  • Los catalanes pretenden ser el centro de atención y su narcisismo se ha disparado con el procés.
He tratado a muchos catalanes y visito habitualmente Cataluña, un lugar donde siempre me he encontrado a gusto. Por eso creo estar en disposición de saber cómo son los catalanes. Relataré dos virtudes y un defecto. Sé que a otros se les ocurrirán más, sobretodo defectos, pero yo me quedo aquí. Empecemos por las virtudes:
  1. Ausencia de prejuicios. El catalán pregunta antes de etiquetar, exactamente al revés de lo que hace el madrileño. Puede decirle que eres leninista o fascista. Lo primero que hará será preguntarte qué entiendes por una cosa y por la otra y, sobre todo, porque eres lo que eres. Probablemente no le convenzas de nada pero tomará nota.
  2. Segunda virtud, consecuencia lógica de la primera. El catalán no es amigo de disputas sí, aunque ahora la situación política parezca indicar lo contrario: prefieren ver lo bueno del otro, la parte de verdad que anida en el prójimo. Cuesta mucho que el catalán, de suyo indolente, se movilice por una idea pero cuando lo hace no hay quien lo pare.
Vamos con los defectos.
  1. El narcicismo. Para un catalán lo importante es que se hable de él… aunque sea bien. El actual proceso soberanista constituye una buena prueba de ello. El mundo se está cayendo a pedazos pero los independentistas consideraban que todo el país y el planeta deben vivir pendientes del "procés".
Es más, poco le importa que la catalanofobia se haya disparado en España (ahora así, antes no). Es más: le gusta: están pendientes de él. Eulogio López eulogio@hispanidad.com