Es la nueva humanidad. La nueva realidad y la nueva normalidad en la  que todos somos anormales. El País nos comunica que debemos abrazarnos mirando hacia otro lado, en una postura poco efusiva y muy idiota. Como ocurrió con las mascarillas, el doctor Simón, portavoz oficial de la nueva realidad, primero nos dijo que la mejor mascarilla era mantener la distancia “social”. Quizás porque el desastre gubernamental les impedía disponer de mascarillas suficientes y porque el Gobierno no quería pagarlas: quería que las pagara el ciudadano. Cuando lo ha conseguido, amenaza con fusilar al que no se la enfunde y el inefable Fernando Simón -doctor, como creo haber dicho antes-, además, asegura que los ciudadanos somos unos irresponsables por usar determinadas mascarillas de primera división  que deberían dejarse en manos de los médicos.

Pero, insisto, el culpable no es Simón, ni tan siquiera Pedro Sánchez. Los culpables somos todos y cada uno de nosotros quienes, muertos de miedo y presos del síndrome de Estocolmo que el coronavirus ha provocado en nosotros, buscamos la caricia de nuestro torturador. Un paisaje ciertamente deprimente.

He contemplado a hombres hechos y derechos que permanecen en sus casas con las excusas más curiosas. He contemplado trabajadores infatigables que han pasado a estado mental -legal o no, que no hace el caso- de jubilación. Del síndrome de la cabaña no necesito decirles nada porque resulta una verdad evidente. No merece la pena extenderse en ello.

Y, sobre todo, he visto a hombres de grandes ideales abandonar la trinchera y convertirse en individuos de esa masa informe para la que la vida sólo es supervivencia y la calidad de vida consiste en vivir muchos años, aunque sea en una infravida cuasi vegetal.

Los nuevos brotes nos han devuelto al miedo, a la histeria y al síndrome de Estocolmo: somos carne de tiranía

A otros he visto con una nueva aversión al riesgo que acaba siendo un problema de coherencia y otro de conciencia. Sí, también de conciencia, porque o se vive como se piensa o se acaba pensando como se vive. Es decir, no pensando en modo alguno.

Es lo que tiene el miedo: nos hace carne de tiranía.

Sugiero que nos olvidemos del coronavirus y mantengamos el sentido común necesario para rebelarnos ante la estafa del poder tan exitosa debido a nuestro miedo. El coronavirus sólo puede quitarnos la vida, pero el confinamiento nos ha quitado la libertad y la verdad, dos cuestiones mucho más relevantes.