El premier israelí, Benjamín Netanyahu, que no es uno de mis personajes favoritos, porque antes que judío, parece sionista y a mí los hebreos me gustan más que los sionistas, con gesto ampuloso, ha entregado a Donald Trump la carta que enviaría al Comité del Nobel, según la cual solicita que se otorgue el Nobel de la Paz al presidente norteamericano.
De inmediato, muchos, por ejemplo en Europa, se han rasgado las vestiduras: ¡Qué vergüenza!
Pues a mí me parece lógico, de la misma manera que no me pareció lógico que se le otorgara a Barack Obama, un soberbio al que le preocupaban un pimiento las injusticias que acaecieran más allá de sus fronteras.
Lo único que hizo bien Obama, su único rasgo de coraje en dos legislaturas, fue enviar un comando para cargarse en Paquistán a Osama Ben Laden.
Trump es el único líder mundial que busca la paz, en Israel y en Ucrania. Es el único que ha sentado a una mesa a las partes implicadas, tanto en uno como en otro conflicto. ¿Que esta de parte de un banco frente a otro? Con Israel sí, pero es que esa postura es la más justa.
Obama era un soberbio, Trump es vanidoso, algo mucho más llevadero. El vanidoso resulta excéntrico pero el soberbio es susceptible y resentido.
Pero Trump se equivoca al no unir -arancelariamente- a todo Occidente frente al imperialismo económico de los comunistas chinos. Porque el enemigo de Estados Unidos no debería ser Europa, ni Canadá, ni México: el enemigo es China, el gran ladrón mundial de patentes, el mayor dumping social, producto de la tiranía comunista y una potencia colonialista que pretende conquistar el mundo con su proyecto de un país, dos sistemas: política comunista y economía capitalista: un horror.
Nobel de la Paz sí, pero en el asunto de los aranceles ha perdido el rumbo y puede acabar mal.










