Que lo diga en una de la capillas del Santo Sepulcro durante una homilía todo un jerarca de los franciscanos, guardianes de Tierra Santa, guardianes no sólo de las piedras, pues empieza a preocuparme
Caso real. Ocurrió en Jerusalén, el reciente mes de agosto, en una de la capillas del Santo Sepulcro durante una homilía dirigida por un franciscano guardián de tierra Santa a una expedición de peregrinos madrileños a los santos lugares.
Nuestro mosén, vecino de la Ciudad Santa, heredero de San Francisco de Asís, les dijo que el resucitado Jesús de Nazaret se apareció en primer lugar a María Magdalena y a las santas mujeres -muy cierto-, la Iglesia tiene que empezar a ordenar sacerdotisas a toda velocidad.
La inferencia entre el hecho histórico y la proposición actual es de muy alta sabiduría y excelsa profundidad filosófica así que se encuentra fuera de mi alcance. Servidor, como Martes y Trece sólo puede exclamar: ¡Prrrrr, prrrrr, prrrrr!
Hombre si lo hubiera dicho cualquier cura descerebrado, en Madrid, me hubiera preocupado. Que lo diga todo un jerarca de los franciscanos, guardianes de Tierra Santa, guardianes no sólo de las piedras, pues empieza a preocuparme. Esto es mucho más grave que la persecución judía contra el monasterio del Monte Carmelo, de la que hablábamos días atrás, y resulta un fenómeno que conviene analizar, porque no hablamos de sionistas burlándose del Cristianismo, sino de miembros de la jerarquía católica diciendo barbaridades contra la doctrina católica en Jerusalén. No, lo preocupante es cuando el mal está dentro. Entonces, el mal es mucho más temible.
En las mejores sociedades, el caballero valora la feminidad como una maravilla y la dama hace lo propio con la masculinidad
Para entendernos: el feminismo está corrompiendo a la Iglesia. Los cristianos, siempre menos avispados que los hijos de las tinieblas, seguimos contemplando el feminismo como una doctrina bonísima, muy cristiana, porque pretende algo tan bello como la igualdad de derechos entre la mujer y el varón. Lo cierto es que, con tamaño eufemismo, las feministas no pretenden igualdad de derechos sino igualdad de naturalezas, que no es lo mismo ni lo será jamás, porque... nada más distinto a un hombre que una mujer ni nada más distinto a una mujer que un varón, diversidad de la que resulta una convivencia formidable, tanto para el varón como para la mujer.
En las mejores sociedades, el caballero valora la feminidad como una maravilla y la dama hace lo propio con la masculinidad propia del caballero. Y en verdad que ambas condiciones, ambas naturalezas sexuales, así creadas por Dios, son dos puntos fuertes de la naturaleza humana sexuada y con ello de la persona y de la sociedad.
Cada vez que tengo que escribir las anteriores líneas no dejo de pensar que mi madre, mujer iletrada que estudió hasta los 12 años, o mi padre, hombre iletrado que a los ocho años tuvo que dejar la escuela para trabajar en el campo, no tendría que explicarles esto. Eran tiempos más civilizados, donde se discutía todo menos la naturaleza de las cosas, y quien negaba la naturaleza no era condenado: simplemente despreciado, por orate.
Miembros de la jerarquía católica diciendo barbaridades contra la doctrina católica en Jerusalén. Preocupante, sin duda
Sin embargo, a las nuevas generaciones, con grado de licenciatura, máster, dominio del inglés y de la economía digital... no sólo es necesario enseñárselo sino recordárselo de continuo, repetírselo. Y en contra que en dos generaciones, la naturaleza humana no ha cambiado. Ni en dos, ni en doscientas.
Ahora bien, cuando el feminismo, cada día más enloquecido, trata, no sólo de igualar lo desigual, inicio de toda injusticia, sino de confundir naturaleza y condición, de cambiar sexo por género, entonces hay que repetir que la hierba es verde, que nadie nos ha pedido permiso para nacer y que escribo sentado en una silla e inclinado sobre una mesa, no al revés... aunque con ello violente un sinfín de derechos e incluso -¡Qué horror!- pueda estar cometiendo un perverso delito de odio castigado en España hasta con cuatro años de prisión.
En el entretanto, sería de agradecer que los padres franciscanos dejaran de decir estupideces cuando ofician la Eucaristía en el Santo Sepulcro.