Sr. Director:

Con el comienzo de un año, vuelvo a recordar el valor incalculable de toda vida humana, esa que desprecia con tanta persistencia nuestra izquierda política y también, por qué no decirlo, parte de nuestra derecha. Es como un concurso para ver quién es más progresista permitiendo más muertes de seres humanos, unos antes de nacer y otros cuando ya no sirven a la sociedad por edad o enfermedad.

Es lo que denominan: “aborto” y “eutanasia”, como si al no utilizar las palabras correctas, relativas a “matar”, la gravedad del acto fuese menor. Se legisla con desdén y altanería, como diciendo: “yo tengo el poder y decido quién puede vivir y quién no”. Debería entenderse que el de la vida es el primero y principal de los derechos fundamentales de toda persona, sin el cual, no es posible disfrutar de los demás. La vida humana es el mayor don que Dios nos ha otorgado y debería ser objetivo principal de la sociedad el defenderlo. Sin embargo, los políticos parece que se han enzarzado en una carrera para ver quién es el que más legisla para proteger a los asesinos. “El aborto es defendido solo por personas que han nacido” (Ronald Reagan).

Que la vida humana empieza en el momento de su concepción y termina con la muerte natural, es algo indiscutible; entrar a polemizar sobre ello es dar pábulo a los amantes del aborto o la eutanasia. No existe justificación alguna para matar a un ser humano por la sola culpa de que aún no ha nacido, ni para asesinar a un anciano por el hecho de que ya no es rentable a la sociedad. Quienes piensen en esta forma de liquidar seres humanos, sean anatemas.

Si admitimos que una persona mate a otra con una inyección letal -eutanasia- o que una madre mate a su propio hijo en su vientre -aborto- no nos escandalicemos si vemos que las personas se matan entre sí.