Sr. Director:

Llevo más de diez años intentando concebir en mi mente -porque ya estaba en mi corazón-, la idea de poder irme a vivir a España. La intención comenzó por haber visto las glorias de cierto tenista español, intratable en tierra batida; después, por las interminables horas de canciones y canciones de «la Española más Mejicana», que ahora me recuerdan a mi querida abuela materna; luego, simplemente, porque era genial que un país en esa masa continental europea hablara el mismo idioma que yo. ¡Cuán inocente fui! Llegaron, luego, otras razones más poderosas. Por la Verdad descubierta contra las insufribles negrolegendarias clases de 'Historia de México'; por otro cantante español cuyo nombre coincide con el séptimo mes del año, y su apellido es referente a los templos católicos; y luego por la inmensa riqueza histórica y cultural del territorio español. ¡Cuán inocente seguí siendo! Y ahora, ya más cercano a los 30 que a los 20, solo tengo una única razón: un país que ha sido: cuna de san Ignacio; gobernado por los Reyes Católicos; regente del Imperio español; y modelo de Las Españas de Ultramar, es un país que merece la pena, y los impuestos, conocer y amar.

Sigo creyendo que alguna vez podré vivir un Día de Reyes y un Día de la Candelaria en Canarias, y un «Corpus» en Toledo. ¡Ya no me pregunto cuán inocente soy! Sólo les pido un gran favor a todos allá: ¡Cuídenla mucho, por favor! No quisiera aterrizar, y darme cuenta de que no existe más. Y aunque no se ha podido completar hasta ahora, sigo teniendo esperanza, y confiando en la Providencia. Si Dios quiere, pasará. Es cierto que he nacido en «la Nueva», pero yo, Sr. Director, quiero morir en la Vieja España.