Sr. Director:

Estos días me comentaron que se están produciendo muchos suicidios. Me preocupa pero no puedo saber lo que ha pasado en las almas de quienes se suicidaron en estos meses, ni estoy en condiciones de vislumbrar los últimos aleteos de su espíritu. No puedo hacer otra cosa que rezar por ellos.

Sí puedo, en cambio, reafirmar que la vida “ofrece cada mañana algo digno de ser vivido”; que el hombre no es ningún producto, y mucho menos un producto en serie; y que su vida no es nunca inútil, y que su muerte no puede ser una banalidad. Cada ser humano es insustituible y su lugar, en la armonía del universo, sólo es sugerido por el mismo Creador, que envió a su Hijo, Jesucristo, a redimir el pecado y la muerte, fruto del pecado.

Pienso, y lo creo, que únicamente a Dios, “señor de la vida y de la muerte”, le corresponde la primera y última decisión; y sólo así la vida vale la pena ser vivida hasta la muerte.