A Yehuda  Ha Leví Sin haber en ella nacido, ni visto, solo oído. Más aún lejana, tu corazón la había sentido desde la tierna infancia vivida en Sefarad. Y luego en El-Andalus seguiste añorando la tierra que ni visto, ni oído, sólo habías sentido. Y en tus versos dejaste ese sentido de añoranza en el amor a tu gacela, a los hijos, los amigos. Y porque a ella se iban, o con Adonai se marchaban, tu corazón el reposo tras la partida no hallabas, al irse con ellos, una parte en cada andadura. Sin  perder la esperanza de que volvieran algún día, o fueses tú,  quien se marchara calmando tu nostalgia.   Y así fue, que un día fuiste el que partiste,  a morir en la tierra que sentías en tu corazón y alma. Dejando sin reposo a otros corazones, en Sefarad querida, a aquellos que también te amaron, te sentían. Siguiendo la lluvia del cielo siendo tan avara, como copiosas las lágrimas de sus mejillas.   Han pasado años mil, y tu tierra evocada y sentida, llena está de dolor,  siendo tierra prometida. Y de Abel el Destino continúa convertido en su enemigo, el hermano Caín, en éste redivivo. Los que del Destino blanden las armas son otros hermanos, Ismael, bálsamo de un corazón anciano, Isaac de ese mismo corazón, promesa anunciada, amado.   Tierra de leche y miel donde combaten, dando muerte y dolor a los corazones, que no encuentran el reposo ansiado en tierra mil años dolorida. No queriendo ver en ambos la promesa ya cumplida, siendo incontables como arenas y estrellas. Hasta que una vez más Adonai levante su mano.    JR. Pablos