Sr. Director:

La pandemia no sólo nos ha ocultado los rostros y la expresión facial de nuestros sentimientos sino que nos ha alejado de las relación personales

He de reconocer que me fascina la profunda fe de quien, sin gozar de la percepción visual como consecuencia de la información captada por los ojos, es capaz de ejercitar su cerebro a través del tacto, del oído o del gusto para disfrutar de la realidad visible que el resto de la humanidad detenta a través de la retina de sus ojos. Están ciegos pero ven…

Por el contrario “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Nuestro rico y sabio refranero expresa la constatación de un fenómeno que hoy se está generalizando en nuestra sociedad particular y universal. Estamos cerrando los ojos a un mundo idílico que se nos presenta en forma de imágenes, algoritmos, sensaciones y virtualidades tecnológicas. Vemos pero estamos ciegos...

La pandemia no solo nos ha ocultado los rostros y la expresión facial de nuestros sentimientos sino que nos ha alejado de la relación personal que desde el abrazo, el apretón de manos o el beso nos ha unido tradicionalmente al “otro” para manifestarle nuestra sincera amistad, el cariño o simplemente la alegría del encuentro deseado.

Dice el Papa Francisco con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que “el gran comunicador que era Pablo de Tarso  hubiera utilizado el correo electrónico y los mensajes de las redes sociales; pero fue su fe, su esperanza y su caridad lo que impresionó a los contemporáneos que lo escucharon predicar y tuvieron la fortuna de pasar tiempo con él, de  verlo durante una asamblea o en una charla individual”

Tan urgente como la vacuna o más, es volver a la normalidad del “ven y lo verás” evangélico, no solo con los ojos del cuerpo sino con los de la psique, de la razón y del deseo de descubrir por nosotros mismos la realidad de nuestra vida y del entorno que la rodea, sin edulcorantes o falaces mentiras que manipulen nuestro intelecto o voluntad.

¿No estamos o estáis cansados ya de tanta verborrea vacía, distorsión del lenguaje o de la vulgar elocuencia que invaden falsos comunicadores para ocultar su alarmante ignorancia? “Sabe hablar sin cesar y no decir nada, Sus razones son dos granos de trigo en dos fanegas de paja. Se debe buscar todo el día para encontrarlos y cuando se encuentran, no vale la pena de la búsqueda”

Aunque el Papa Francisco reproduce estas palabras del dramaturgo inglés Shakespeare en el Mercader de Venecia, para alentar a los comunicadores cristianos a “escuchar” la verdad en un encuentro “personal”,  son también perfectamente aplicables hoy a los comunicadores sociales, políticos o empresariales que deben dedicarse a escuchar más para aprender y ser más veraces y ecuánimes en sus palabras y decisiones.

La última campaña electoral a la Comunidad de Madrid  nos ha ofrecido un claro ejemplo de cómo se desarrolla el debate público en el el siglo XXI: intensidad, simplismo, exageración y marketing. Los debates se organizan en las televisiones o radios solo entre periodistas de uno u otro signo político; los políticos solo se reúnen con sus parroquianos buscando la sonrisa y el aplauso fácil, haciendo de los reality shows o de las redes sociales la plataforma de sus mensajes cada vez más inocuos o agresivos.

Los ciudadanos y especialmente los jóvenes, se limitan cada vez más, a la mensajería electrónica, los contactos digitales y a las mínimas relaciones personales. Hoy a penas se habla o se escucha a las personas,  que parecen haberse convertido solamente en receptores de mensajes prefabricados por los publicistas o  asesores que mercadean con  el poder político, social o económico.

El propio Marco Tulio Cicerón en  su obra “Sobre los deberes” en el capítulo de los principios que debe regir una sociedad señalaba: “el primero es aquel que forma con tan estrecho vínculo la sociedad universal del género humano, y consiste en la razón y el habla, que enseñando, aprendiendo, comunicando, disputando y juzgando, concilia a los hombres entre sí y los une en una sociedad natural”

Sería muy oportuna una reacción inmediata de los educadores familiares, docentes e incluso sociales para fomentar la comunicación y el diálogo entre las personas, como el mejor instrumento de pacificación y entendimiento en una sociedad cada vez más polarizada, desunida y enfrentada como es la nuestra.