Sr. Director:
Estremecida aún por la noticia y con los ojos nublados por la luz y por las lágrimas que comenzaban a brotarle, deslizó dulcemente las yemas de sus dedos por su perfecto vientre adolescente.
Estaba embarazada; y en esas primeras caricias que sobre su propia piel dan las madres a sus ocultos hijos, sintió el gozo de una desconocida sensación. A través de la ventana se colaban las alegres voces de sus amigas que la reclamaban desde la calle para los últimos juegos de niña.
Pero ya no las oía. Había comenzado a soñar con la vida que acogía en su seno, y a hacerse mil preguntas... ¿Cómo sería su rostro? ¿A quién se parecería? ¿Entenderían sus familiares lo que acababa de sucederle? ¿Lo aceptarían con la serena y firme decisión con que ella lo había hecho? Y abandonada en estos pensamientos inició un diálogo con su hijo que ni siquiera la muerte interrumpiría.
Dos mil años después, la inmensa civilización que celebraba como una gran fiesta el fruto divino de aquel anuncio, apenas era capaz de valorar el trascendental regalo que supuso para toda la humanidad, aquella virginal maternidad.
Miguel Ángel Loma
Las dieciséis mártires carmelitas de Compiègne, guillotinadas en la Revolución Francesa
15/12/24 07:00