El nacionalismo catalán se edifica sobre la mentira. Manipulando la historia han fabricado una farsa y para ello han escogido como héroe a uno de los peores personajes que podían elegir: Luis Companys (1882-1940), del que los historiadores conocemos su personalidad histriónica, su desmedida ambición y su responsabilidad en los entre 8.000 a 9.000 asesinatos cometidos durante la Guerra Civil en Cataluña.

Hasta 1990, Companys fue abandonado y despreciado por los suyos

La recreación de esta farsa es muy reciente y no tiene más de treinta años. Porque si hasta los años noventa del siglo pasado Luis Companys era un desconocido, en buena medida se debe al abandono y desprecio de los suyos, que esos sí le conocían bien. José María Xammar i Sala (1901-1967), independentista y líder del Partido Nacionalista de Cataluña, que se fusionó en 1936 con la formación Estat Catalá, explica la razón de su ruptura con Companys con estas palabras: “Me alejé de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente, sino un granuja dispuesto a mantenerse en el cargo aun a costa de la propia y ajena dignidad y, sobre todo, a costa de la dignidad de su patria”.

Y se me podrá argumentar que para gustos los colores… Y que si los independentistas catalanes de ahora quieren tener a un granuja de conducta indigna -en palabras de Xammar- como inspiración y guía de su conducta política, pues allá ellos.

Xammar i Sala: "Me aleje de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente, sino un granuja dispuesto a mantenerse en el cargo aun a costa de la propia y ajena dignidad"

Pero el problema es que este razonamiento, que invita a la cómoda postura de mirar de lado, falsea la historia, para no dejarnos ver el odio y la proyección de ese odio sobre quienes Companys consideraba que eran los enemigos de una Cataluña independiente. Situación de una gravedad extrema, porque durante la gestión de Luis Companys al frente de la Generalidad se produjo un auténtico genocidio, según han demostrado las investigaciones de historiadores que han estudiado lo sucedido durante la Guerra Civil en Cataluña.

Demuestran estos historiadores que la mitad de los más de los 8.000 asesinatos perpetrados en Cataluña se produjeron en tan solo dos meses, los que siguieron al 18 de julio de 1936, y que semejante masacre se produjo en una zona, como la catalana, que ni siquiera tenía un frente de guerra, como era el caso de Madrid, lo que hubiera podido servir para justificar lo injustificable, como fue semejante exterminio.

 Las matanzas consentidas por Companys no fueron fruto de una ira pasajera: estaban perfectamente planificadas

Por lo tanto, tan abultada masacre y ejecutada en tan poco tiempo no fue algo improvisado, sino que desde meses antes ya estaba hecho el programa revolucionario y sabían lo que había que hacer para para exterminar a determinados sectores de la sociedad catalana. Y de ahí propiamente el nombre de genocidio, neologismo formado por dos palabras latinas, gen (linaje o grupo) y cidio que proviene de la raíz del verbo caedere (matar). Porque de los más de 8000 asesinados en Cataluña, ni siquiera llegaron a mil los asesinados los que tuvieron un juicio o un simulacro del mismo. Les asesinaron, no por haber hecho ellos algo personalmente, sino por el único motivo de pertenecer a un determinado grupo social.

Bajo el mandato de Companys, en las ocho diócesis catalanas fueron asesinados 4 obispos, 1.542 sacerdotes, lo que equivalía al 30,4%, de los 5.060 que ejercían su ministerio el 18 de julio, más unos mil religiosos y un número imposible de calcular de laicos

Con la aprobación de Luis Companys fueron asesinados 16 poetas, 36 nobles, 48 médicos, 47 periodistas y 199 militares. Pero la peor parte la llevaron los católicos. En las ocho diócesis catalanas fueron asesinados 4 obispos, 1.542 sacerdotes, lo que equivalía al 30,4%, de los 5.060 que ejercían su ministerio el 18 de julio, unos mil religiosos y un número imposible de calcular con exactitud de laicos que pagaron con su vida el pertenecer a alguna asociación religiosa o sencillamente fueron martirizados por ser reconocidos como católicos.

Y además de la persecución de las personas, no podemos olvidar “el martirio” de las cosas sagradas. Solo en Barcelona fueron destruidas unos 200 iglesias y capillas. Y en el conjunto de las ocho diócesis catalanas fueron cerca de cuatro mil los edificios religiosos saqueados, incendiados o destruidos. Por este motivo, cuando en 1938 Manuel de Irujo fue autorizado por el Gobierno de Negrín para abrir alguna iglesia al culto, se encontró con el problema de que salvo las dos capillas privadas de la delegación vasca en Barcelona, no había en toda la ciudad ninguna iglesia en la que se pudiera celebrar el culto religioso.

De los más de 8000 asesinados en Cataluña, ni siquiera llegaron a mil los asesinados los que tuvieron un juicio o un simulacro del mismo. Les asesinaron, no por haber hecho ellos algo personalmente, sino por el único motivo de pertenecer a un determinado grupo social.

De todas las ejecuciones de religiosos la más llamativa fue el asesinato de 15 Hermanos de San Juan de Dios del Sanatorio Marítimo de Calafell (Tarragona). La comunidad estaba compuesta por 33 religiosos, que atendían a niños enfermos en el sanatorio, que estaba en la misma playa del barrio de pescadores de Calafell.

El día 22 de julio de 1936 los milicianos quemaron la iglesia parroquial de Calafell y la capilla del barrio de pescadores. Y al día siguiente los milicianos, con sus compañeras de milicia o de lo que fuera, se instalaron en  el sanatorio, donde intimidaron a los religiosos y escandalizaron a los niños hospitalizados con su grosero y obsceno comportamiento.

De todas las ejecuciones de religiosos la más llamativa fue el asesinato de 15 Hermanos de San Juan de Dios del Sanatorio Marítimo de Calafell (Tarragona). La comunidad estaba compuesta por 33 religiosos, que atendían a niños enfermos en el sanatorio

Al frente de los milicianos estaba Francisco Miguel Serrano, que el día 30 de julio les comunicó a los religiosos que ya no hacía falta su presencia en el hospital para atender a los enfermos, porque esas tareas a partir de entonces iban a correr a cargo de los milicianos y de sus compañeras allí instaladas.

Así es que les obligaron a abandonar el hospital y les comunicaron su decisión de trasladarlos hasta Villanueva y la Geltrú, para ponerles a disposición del Comité. Sin embargo, ellos eran bien conscientes de que iban a la muerte, por lo que el maestro de novicios, el padre Braulio María Corres les dio a todos la absolución general. Y en efecto no había recorrido el camión más de un kilómetro, cuando les mandaron bajar. Los dos novicios más jóvenes se libraron de la muerte, pues uno de los milicianos, se dirigió a ellos y les dijo que a ellos no iban a matarlos porque estaban allí engañados. Gracias a esos dos testigos, sabemos que los quince hermanos de San Juan de Dios murieron de rodillas, perdonando a sus verdugos y gritando ¡Viva Cristo Rey!

El consul de Colombia en Barcelona culpa del asesinato de siete religiosos de aquel país, a las "milicias prohijadas por el Gobierno Companys"

Y podría pensarse que esta acción fue debida a unos descontrolados, pero muy pocos días después se produjo otro acontecimiento que prueba la responsabilidad de Luis Companys en todos estos crímenes. El día 9 de agosto, de madrugada, llegaban a la estación de tren de Barcelona otros siete religiosos de la Orden Hospitalaria. Procedían de Madrid, del sanatorio de Ciempozuelos, de donde habían salido con un salvoconducto, por ser los siete de nacionalidad colombiana.

Pero de nada les sirvió ser extranjeros. En la misma estación fueron detenidos y trasladados a la comisaría de la calle Balmes, de donde salieron al día siguiente por la mañana para ser asesinados.

La implicación de Luis Companys y de las autoridades de la Generalidad, queda de manifiesto en la protesta que el cónsul de Colombia en Barcelona envió al Consejero de Gobernación. Esto es lo que decía el diplomático:

“Manifiesto a usted que han sido vilmente asesinados en esta ciudad por las llamadas milicias siete ciudadanos colombianos; a su tiempo advertí a  quien correspondía que no se cometiera una imprudencia, ni una precipitación con estos infelices, víctimas del odio y la insania de ciertas secciones armadas y prohijadas del Gobierno de Cataluña. No se me oyó. Se me desconoció toda autoridad para defenderlos y tomarlos a mi cuidado. Se les fusiló por el solo delito de ser sacerdotes (aunque eran hermanos legos) de la religión católica, y con el pueril pretexto de que las cédulas estaban borrosas, tal vez por algún funcionario poco cuidadoso; pero también es cierto que advertí a los milicianos de Cataluña que era procedente, necesario, justo, obligatorio y humano proceder a comprobar su exactitud por el sencillo medio de un telegrama al ayuntamiento de Ciempozuelos, donde habían sido expedidas. Nada de esto se hizo; y a las seis de la mañana se pasó por las armas, de manera cobarde y arbitraria, a este grupo de ciudadanos colombianos, cuyos pasaportes habían sido expedidos por la Legación de Colombia en Madrid, los cuales han sido decomisados, ocultados o destruidos por los verdugos…”

Y digo yo que qué tal si mandáramos hacer un comentario de texto con la protesta del cónsul colombiano a nuestros bachilleres en la asignatura de Historia, para que así tengan un información más rica y variada de nuestro pasado, porque es que las pobres criaturas están empachadas de aburrimiento por leer siempre la misma historia tendenciosa, de modo que acaban aborreciendo la Historia, y por eso tenemos tan poca matrícula en las Facultades de Filosofía y Letras.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.