Ambos están de acuerdo en repetir el Cánovas-Sagasta, con una izquierda y una derecha ?progresistas?, dirigidas por ellos mismos. ZP planea su crisis de Gobierno, lo que conllevaría la salida de los dos vicepresidentes y el ascenso de la generación Garmendia. Por su parte, en el PP, Aguirre ha convertido a Madrid en una isla. No ha podido prescindir ni de Gallardón ni de Botella. Ahora mismo, Fraga, Aznar, y hasta el mismísimo Rajoy, coinciden en que el alcalde madrileño es el único que puede batir en las urnas a ZP

Es el memorial de la Restauración, sólo que Práxedes Mateo Sagasta y Antonio Cánovas del Castillo han sido sustituidos por José Luis Rodríguez Zapatero y Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos mantienen buenas relaciones y ambos creen que pueden vencer al otro en las urnas, pero lo que tienen claro es que pueden y deben repartirse España, convertirse en los líderes de la izquierda y la derecha españolas, ambas progresistas, naturalmente. Un pacto que no necesita redactarse.

Es más, lo que más teme ZP, el progre del PSOE, es que surja un partido de izquierda clásica -o rojiverde- en los aledaños del propio PSOE, y lo que más teme Gallardón es a una rebelión de los escasísimos elementos cristianos del PP -o que representen principios cristianos- y a que surja a su vera una formación política coherente con los ?valores no negociables? de Benedicto XVI: vida, familia, bien común, libertad religiosa y libertad de enseñanza.

Y así, en el PSOE, ZP prepara su gran remodelación del Gobierno, en cuanto la crisis remita un tanto (¿Remitirá?). Una revolución en el Ejecutivo, en profundidad, que conllevaría la salida de los dos vicepresidentes, con un Pedro Solbes absolutamente agotado en ideas -si es que alguna vez tuvo más de dos- y una vicepresidenta que ha agotado, no su modelo político, sino su crédito y que, además, no es un secreto en la familia socialista, siempre ha aspirado a ser la primera mujer presidenta del Gobierno de España.

ZP tiene buen olfato para los tópicos, y quiere una nueva generación, la generación Garmendia, una ministra que no se ha quemado porque no ha hecho nada y con buena imagen de triunfadora en investigación. Garmendia es tan ambiciosa como De la Vega, pero menos temible para un ZP, al menos durante los próximos años.

Por su parte, el Congreso del Partido Popular de Madrid ha proporcionado las claves del futuro de la derecha. Esperanza Aguirre ha triunfado sí, pero a costa de convertir a Madrid en una isla dentro del PP nacional. Ha tenido que admitir a Gallardón -con cara de pocos amigos durante todo el Congreso- y a Ana Botella, ahora convertida en la principal valedora del alcalde como futuro candidato a La Moncloa, pero sus parabienes y sus mejores sonrisas fueron para la vieja guardia del partido, para Álvarez Cascos y Rodrigo Rato, al tiempo que sus puestos de confianza han sido barridos de marianistas y gallardonistas. Aguire va a hacer valer sus galones en Madrid al 100 por 100, pero en ningún otro sitio. Manuel Pizarro, a quien desea ver como presidente de Cajamadrid, el Pizarro abandonado por Rajoy, ha sido otro de los más festejados en el cónclave madrileño.

Pero Madrid será una isla. Ahora mismo, tanto Manuel Fraga, como José María Aznar, y hasta el propio Rajoy -otra cosa es que quiera ceder el cargo de presidente del PP-están convencidos de que el candidato con mas probabilidades para desbancar a ZP es el alcalde de Madrid, quien se ha negado a acudir a Europa, porque eso le apartaría de su senda hacia La Moncloa.

Si hablamos de política en serio, lo más relevante de esta nueva restauración ZP-Gallardón, es la instauración de un bipartidismo o bi-personalismo progre. Los nacionalistas pueden ser los perdedores -ya lo fueron en las elecciones del 9-M-, pero también lo será cualquiera que no sea progresista, es decir relativista. O sea, cualquiera que crea en algo, que tenga alguna convicción. La que sea.