Un amigo que visita con frecuencia el mundo escandinavo, al parecer nuestro modelo de sociedad, me resumía así aquellas sociedades tan frías: "No creen en nada así que les encantan las reglas: cuantas más, mejor".

A nosotros, como somos españoles nos encanta flagelarnos. Pero aún nos gusta más flagelar al compatriota, eso sí que mola. Porque, antes que masocas, somos cainitas.

Transparencia internacional, la ONG alemana, es decir, sajona, nos ha masacrado. Nos sitúa, en materia de corrupción, a la altura de Libia o Malí. No es que la sociedad hispana (o la francesa, italiana o lusa) sea más corrupta que las sociedades anglosajonas. Lo que pasa es que los anglosajones legalizan la corrupción. Y la institucionalizan. Por ejemplo, legalizan y alaban la especulación financiera, que es la que nos ha llevado a la crisis más profunda de la historia, crisis de fin de ciclo. A eso, los hispanos lo llamamos hipocresía. Y somos nosotros los que vamos sobrados de razón. Por contra, los anglosajones –británicos, alemanes, norteamericanos y escandinavos paganos- necesitan legalizar la moral. Y como no creen en una norma moral objetiva, entonces convierten a la ley en Dios y le llaman Estado de Derecho.

De esta forma, los latinos, especialmente los católicos, tenemos los diez mandamientos, mientras los anglosajones necesitan las 10.000 normas legales del Estado de Derecho, sean normas morales o inmorales.

Con nosotros los mediterráneos, es decir, los católicos, la verdad está más a salvo, entre otras cosas porque no creemos en la natural justicia de la norma (la ley puede ser injusta). Y sí, la vulneramos más a menudo. Por ejemplo, nos cuesta más pagar un impuesto si consideramos que el tributo es injusto. Y eso es malo, porque los impuestos en principio, hay que pagarlos en tiempo y forma. Pero, al mismo tiempo, los católicos sureños somos más conscientes de la radical igualdad en dignidad de todos los hombres, por ser todos, ricos y pobres, listos y tontos, hijos de Dios. Por eso, en las sociedades católicas hay menos guetos y más igualdad en el reparto de la riqueza… aunque corramos el peligro de acabar en el equitativo reparto de la miseria.

Pero sí, los países católicos, por muy atrás que aparezcamos en la lista de Trasparencia Internacional, creemos que la verdad existe. Ya es extraño que esta ONG considere que la trasparencia constituya la única virtud posible. Es más, los católicos creemos que la verdad existe, porque la verdad, o es absoluta o no es verdad. Para el anglosajón –no digamos nada para el oriental- la verdad no existe, ergo, poco importa. Tampoco los principios morales, porque no creen en la verdad, ni absoluta ni discontinua. En lo único que creen es en la ley. ¿Y si la norma es injusta Entonces, querido amigo, no hay solución. Al menos, hasta que no cambiemos de norma.

Por lo tanto, no nos flagelemos con el aumento de la corrupción pública -incumplir la ley- y pensemos más en no caer en la corrupción privada -incumplir la norma moral-. No vaya a ser que esos países tan ejemplares como Dinamarca o Nueva Zelanda, vivan, con mucha parsimonia, en un sistema corrupto.

Y tampoco debemos importar esas modas, tan ilustrativas de lo que está ocurriendo. Por ejemplo, a nadie se le acusa hoy de ser un inmoral. El inmoral es hasta gracioso, aunque el daño que provoca en los demás es muy superior al del legalista. A día de hoy, el mayor insulto es el siguiente: "Ese es un delincuente". Porque no olvidemos que quien infringe una ley injusta también es un delincuente.

No estoy llamando a la rebelión legal o fiscal. Insisto: la ley, en principio, hay que cumplirla, pero no puede aceptarse que el mayor pecado actual consista en no pagar los impuestos mientras, por ejemplo, el que aborta a sus propios hijos, es un ciudadano incólume, amén de un progresista como la copa de un pino. Algo falla.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com