Vamos cerrando el círculo. Veamos, todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista. Todavía hay algo más tonto que un varón feminista: un cura progre. Pero todavía hay algo más tonto que un cura progre (no, no es un anuncio de colonia): el hombre científico. Entiéndanme, la ciencia es digna de todo respeto, pero por hombre científico me refiero a aquel que piensa que todo lo que no puede explicar la ciencia, simplemente no existe: ¡Pobriño!

Por ejemplo, el hombre científico afirmaría que ninguna estrella pudo guiar a los Reyes Magos, dado que una estrella no puede señalar una aldea, y mucho menos una casa o un pesebre en una aldea. Eso sí, si lo hiciera, y lo comprobáramos con nuestros propios ojos, el hombre científico lo negaría de forma absolutamente acrítica, dogmática, dado que tal señalamiento atentaría contra sus leyes, es decir, contra sus limitadísimos (limitados sólo a lo que se ve) dogmas científicos, dado que sólo puede comprender aquello que se puede pesar, medir o contar. Por lo tanto, tal señalamiento, el de la estrella de Belén, no puede existir y hemos terminado.

O sea, lo mismito que el ministro del Interior español, Ángel Acebes, que cuando le enseñan fotos en las que se ve cómo sus policías golpean y maltratan a inofensivos defensores de la vida humana afirma: "Eso es mentira". El hombre científico tiende a negar la evidencia, que es conocimiento mucho más profundo y certero que el racional.

Es igual. Lo cierto es que los restos del meteorito que cayó sobre España ha resucitado todo el miedo que el hombre siente hacia la inmensidad del universo. Admiración también siente, pero miedo. A lo mejor era un anuncio de la venida de los Reyes Magos. Porque los humanistas, es decir, aquellos estudiosos que tienen una visión más amplia que los científicos, no se han empecinado en negar a los evangelios, el documento historiográficamente más 'demostrado' de toda la historia, sino que han tratado de adivinar cómo podía haber ocurrido todo aquello que nos cuentan personas que, en principio, merecen todo crédito y en las que han confiado millones de seres humanos de todas las épocas.

Así, Daniel-Rops, ese erudito francés, probablemente uno de los grandes sabios del siglo XX, cuenta en "Jesús en su Tiempo" (Colección Arcaduz, Editorial Palabra) lo siguiente: "¿Qué hipótesis puede hacerse? Viene ante todo a la mente la de una nova, la de una verdadera estrella nueva, como la que apareció en 1918 en Aigle, o la que viose en 1572, después de la noche de San Bartolomé, hipótesis que tiene en su contra, que ninguna aparición de ese género señalose en esa época por ningún autor digno de fe. ¿Cabría que fuese un cometa? Cuando el 10 de enero de 1910, el de Halley fue visible en Jerusalén observose claramente el paso de su luz de Este a Oeste, se difuminó por Oriente y reapareció por Occidente, muy visible, lo que confirmaría la indicación del Evangelio. Pero el Cometa Halley pasó solamente por el cielo de nuestros países en el año 12 antes de Jesucristo, y no en el año 6 (se supone que Cristo nació en el año –6) y otros cometas señalados por los chinos en el año 4 y 3 antes de Jesucristo no parecen haber sido observados en Occidente. Por otra parte, los cometas, sometidos como todos los astros al movimiento diurno, apenas sí pueden indicar una dirección precisa y, menos aún, señalar una casa en una ciudad. Kepler (el gran astrónomo alemán Johannes Kepler, 1571-1630) pensó que el fenómeno astral (el que guió a los Reyes Magos) podría designar una conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis y, cosa curiosísima, calculó que ese fenómeno debió producirse en el año 6 antes de Cristo, cuando él ignoraba totalmente que esa es la fecha más probable del nacimiento de Jesús. En todo caso, el vocablo 'astro' de la Escritura puede perfectamente, según el sentido griego, ser entendido, no como estrella, sino como fenómeno astronómico".  

En resumen, existió la 'estrella' de Belén, seguro que sí. Sólo que a lo mejor no fue una estrella, sino otro fenómeno astronómico. Más bien, el hombre científico, que en el fondo se atiene no a lo demostrable, sino a un cálculo de posibilidad verosímil, debería reparar en que, según su propio método, resulta inconcebible, estadísticamente inconcebible, que unos astrónomos, a los que hemos dado después los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, hicieran un larguísimo viaje a Jerusalén, lugar bastante concreto, para preguntar por algo tan concreto como un niño que, puestos a concretar, resulta que era Rey de los Judíos. Precisamente de los judíos, un pueblecillo perdido en los confines del Imperio que ni militar, ni económica, ni culturalmente representaba otra cosa que un peón en el gran ajedrez del Imperio Romano del amigo César Augusto. 

En definitiva, que las iniciales de los Reyes Magos, RR.MM, deberían significar justamente eso: sus muy Reales Majestades, Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero esto sólo es asimilable por mentes abiertas, es decir, que han superado el corsé científico.

¿Negar la peripecia de los Magos de Oriente significa ser hombre científico? No exactamente, significa ser más tonto que un cura progre, que, a su vez, como creo haber dicho antes, es un personaje más tonto aún que un varón feminista, lo que, por cierto, resulta un individuo todavía más necio que un obrero de derechas.

Por cierto, ya puestos a hacer publicidad descarada me auto-cito: recomiendo la lectura del libro "Los Magos de Oriente" de un tal Eulogio López, que podrán encontrar, incluso comprar, dependiendo de cuál sea su nivel de depresión, en www.tibidaboediciones.com. Y la verdad es que, creo, hay cosas peores.

Felices Reyes Magos. 

Posdata: Por cierto, nuestras felicitaciones a la compañía Iberia por el espléndido anuncio. Seguramente casi todos los españoles saben a qué nos referimos: una comunicación de un piloto a su pasaje sobre la ruta que los Reyes Magos siguieron desde el Yemen hacia Belén. Espléndida, en verdad, sólo que los estudiosos de Melchor, Gaspar y Baltasar consideran que no venían del sur de la Península Arábiga, sino del Este, de Irán, cuna de la religión mazdeica y de la casta sacerdotal y científica que tantos astrónomos y astrólogos (entonces a penas se distinguían unos de otros) dio al mundo. En cualquier caso, el trabajo de Iberia nos reconcilia con la mejor publicidad, esa que echamos tanto de menos cuando contemplamos tanta estupidez en la monigotera. Algunas marcas comerciales se niegan a anunciarse en programas telebasura. Ahora, sólo hace falta que algunas televisiones se nieguen a emitir anuncios basura, que los hay a centenares.

Eulogio López