Ahora bien, ¿por qué, en lugar de suprimir fiestas no suprimimos puentes? Los empresarios son unos cachondos: una vez paganizada una fiesta religiosa ya puedes jugar con ella a placer, porque el significado de la fiesta ha caído pero el consumo durante la misma permanece.
Ejemplo: Navidad. En plata, traspasar la Fiesta de la Inmaculada al viernes puede quedar muy bien, pero desvirtúa la fiesta. ¿Traspasa usted el cumpleaños de su hijo al domingo si cae en miércoles? Pues no creo que a su hijo le hiciera mucha ilusión.
Inmaculada Concepción: una conmemoración religiosa que, además, es muy española. Tres siglos antes de que la concepción de María sin pecado original se convirtiera en dogma, la orden de las concepcionistas ya predicaban el no-dogma en el Nuevo Mundo. Si un país ha luchado por ello es España, "tierra de María", según Juan Pablo II. Perder esa esencia española supone una especie de harakiri mayormente estúpido. El problema no son las fiestas, sino los puentes.
Aquellos trabajadores obligados a trabajar en fiestas no necesitan crear puentes artificiales con su traslado a lunes o viernes: basta con que acumulen días de vacaciones para los tres ciclos anuales: Navidad, Semana Santa y verano. Y es en esos ciclos largos cuando se descansa.
De cualquier forma, no deja de sorprenderme que cuando el presunto problema consiste en suprimir o trasladar la fiesta de la Constitución o la de la Inmaculada, lo que entra en discusión es la fiesta religiosa, no la civil que, además, más que civil resulta política, porque no es la Fiesta Nacional, fechada en 12 de octubre, que tampoco gusta a los progres porque resulta que además de fiesta nacional, en el Día de la Hispanidad, se conmemora a la Virgen del Pilar: 'mirá vos', que diría un porteño.
Eulogio López
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