Pues bien, siempre según la versión de tan sincero como vanidoso testigo, en cierta ocasión ZP le preguntó si creía en Dios... porque yo no creo. Naturalmente, Pedro José ofreció la réplica propia de un intelectual, esto es, el tipo de respuesta que no sirve absolutamente para nada. Vino a decir: Si el hombre no deja de preguntarse si existe Dios significa que debe existir una fuerza superior. Supongo que don Pedro equiparará su proposición con el argumento ontológico de San Anselmo, pero quiero aclararles que San Anselmo no tiene responsabilidad alguna en el asunto.
Pocos después en su biografía, no sólo autorizada sino aplaudida y promocionada (la del periodista Suso del Toro), ZP llegaría más lejos, mucho más: Cuanto más lo pienso -exhaló el presidente del Gobierno- más me convenzo de que el verdadero Dios es el hombre. Un argumento que revela el porque´de su brillante política económica, exterior, social y de toda índole.
¿Y qué tiene que ver todo con Sor Patrocinio la monja de las llagas, un personaje impresionante del siglo XIX español, el último siglo donde la humanidad pensó, dado que el siglo XX no ha sido más que el desarrollo de todas las barbaridades pensadas por el modernidad y el siglo XXI está siendo una amplificador del siglo XX? Pues mucho. Sor Patrocinio fue un milagro viviente, que cualquiera podía comprobar con sólo ver los estigmas de la crucifixión en su cuerpo. Así lo hizo don Ramón María de Narváez, el Espadón de Loja, el hombre que, en su lecho de muerte, no pudo perdonar a sus enemigos porque los había fusilado a todos. El hombre que más tiempo presidiera el Gobierno de España durante el convulso siglo XIX simplemente apareció por el convento para contemplar el prodigio viviente. Salió de allí diciendo que aquello no era un truco. Era un tipo práctico.
Por contra, el progresista, antecesor de ZP y Pedro José (perdona, Pedro por 'anteceder' al presidente), decimonónico Salustiano Olózaga, despechado por el 'no' de la religiosa a sus requerimientos amatorios, se dedicó a fastidiar a la susodicha durante toda su vida, secuestro incluido, porque los progres son tolerantes ante cualquier negativa... siempre que no aluda a sus deseos o caprichos.
La editorial Homo Legens acaba de publicar la biografía más completa de Sor Patrocinio, una verdadero milagro viviente, de esos milagros que los incrédulos reclaman con insistencia pero de los que huyen cuando los tienen ante sus ojos. La obra me ha recordado otra de la misma editorial, asimismo escrita, como la de Sor Patrocinio, por un coetáneo, es decir, más certera, porque al doctor Alzheimer no le da tiempo a actuar. Me refiero a Los pastorcitos de Fátima. Digo que me lo recuerda porque Sor Patrocinio, más que una religiosa, era un milagro viviente, los que hizo y los que padeció, pero a don Salustiano lo único que pretendía era matrimoniar con la monja y asesinar a los cristianos (fue un anticlerical rabioso durante toda su vida). Es decir, exactamente lo mismo que aquel periodista que acudió a Fátima el 13 de octubre de 1917, cuando el sol bailó ante 80.000 personas y amenazó con precipitarse sobre la tierra. Pues bien, nuestro hombre, de profesión periodista-librepensador, no negó en ningún momento -¿Cómo podía hacerlo?- el prodigio, pero su conclusión fue la de que con aquella maravilla, los supersticiosos aldeanos y los clericales sometidos a la brumas medievales sacarían pecho y lo pregonarían a los cuatro vientos. Lo cual, claro está, es poco científico y preocupaba mucho a nuestro cronista, arquetipo hombre moderno. Si don Salustiano hubiera largado sus años de vida hasta 1917 y se encontrar en la aldea portuguesa había dicho exactamente lo mismo, no les quepa duda.
El libro de Sor Patrocinio recorre todo el siglo XIX, especialmente su primera mitad, el periodo más importante, e inquietante, de la historia moderna española y mundial. Pero lo que más me ha sorprendido es eso: la escasa influencia que tiene el milagro sobre el dogmático ateo, sobre quien no está- dispuesto a aceptar lo que están viendo sus ojos.
La fé jamás obsesiona, lo que obsesiona es el agnosticismo, que es lo que le ocurre a Pedro José, a ZP, a Salustiano Olózaga y al periodista librepensador de Fátima. Los incrédulos exigen ver para creer pero cuando veen no creen: insultan. El problema de la modernidad es más agudo que el de Santo Tomás: ya no se trata de creer sin ver, es que no ven lo que creen porque su dogma, mejor, su apriorismo progre, les lleva a negar lo evidente, sea el baile del sol o los estigmas de Sor Patrocinio, para concluir, en profundo misticismo, que el verdadero dios es el hombre, que no es el argumento ontológico de San Anselmo, sino la majadería ultrafísica de nuestro presidente.
Y mucho ojo, porque la abolición del hombre no llegará con la negación de la lógica, sino con la negación de la evidencia, de la misma forma que el fin del mundo no llegará con la ausencia de caridad sino de fe. Ese sí es el final del camino, y tiene mal retorno.
Eulogio López