Si los medios me manipulan una vez, la culpa es de los medios. Si me manipulan dos, la culpa es mía y de los medios, si me manipulan una tercera vez, la culpa es sólo mía.

Acabo de leer esta frase sobre el Sínodo de la Familia: "¿Qué hay detrás de la cortina mediática que envuelve al Sínodo"

Y tiene razón. Verbigracia, si leemos a los venenositos corresponsales españoles en Roma, por ejemplo, a Irene Hernández Velasco, de El Mundo, resulta que el gran logro del Papa Francisco es abrir la Iglesia a los gays y cantar las excelencias de las parejas homo y de las parejas de hecho, que tanto bueno tienen que aportar al cristianismo.

Como periodista desde hace 34 años, sólo puedo decir que la comunicación sobre el Sínodo de la Familia resulta manifiestamente mejorable

Y sobre el demasiado recurrente asunto de la comunión a los divorciados y vueltos a casar -una fruslería, aunque, eso sí, extraordinariamente misericordiosa-, lo dejamos al parecer de cada caso y pelillos a la mar. De esta manera, el párroco de turno, en todo el orbe católico, se encontrará con la necesidad de negarle la comunión a aquel que no vive en comunión… pero al que conoce desde hace años y cuyo careto contempla cada día.

Al Papa Francisco se le manipula cada día con la misma frivolidad con la que se manipulaba, en los lustros finales del pasado siglo, al Concilio Vaticano II: "¡Uy, no! Eso ha cambiado mucho con el Concilio", concilio cuyos documentos nadie había leído.

Y si no quiere usted ver las cosas tras la cortina mediática, debe acudir a los textos originales. Ahora bien, de entrada, se topará usted con problemas idiomáticos (les aseguro que el traductor Google no es perfecto).

En plata, como periodista desde hace 34 años, sólo puedo decir que la comunicación sobre el Sínodo de la Familia resulta, como las fincas en Extremadura, manifiestamente mejorable. Podemos encontrarnos con un Sínodo impecable desde el punto de vista doctrinal -seguro- y absolutamente ininteligible y manipulado en lo que llegue a los fieles, incluidos los sacerdotes que son los portavoces del Magisterio ante su grey.

Y así, seguimos bailando al borde del  precipicio. Con todo respeto y, sobre todo, con todo afecto hacia el Papa Francisco: ¿por qué a Juan Pablo II y a Benedicto XVI no hacía falta traducirles, ni interpretarles, ni aclararles nada Lo que decían estaba muy claro, gustase o no. A lo mejor no toda la culpa es de los periodistas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com