Si leyeron la noticia publicada en la anterior edición Hispanidad sobre la tramitación parlamentaria de la Ley de Propiedad Intelectual pueden hacer muchas risas, amén de una aproximada idea de cómo se gobierna España en los inicios del siglo XXI (tranquilos, esto cambiará antes de 2.100). Decíamos ayer que el último invento de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), tan cara a los ojos de la inefable ministra de Cultura del Gobierno Zapatero, Carmen Calvo, es contratar detectives verdadera policía del pensamiento- en bodas, bautizos y comuniones y grabar en cámaras de vídeo los bailes del banquete, para luego llevar las pruebas al juez y sacudirle un buen sablazo -jurisprudencial que no en vano las sociedades de gestión de derechos constituyen el mayor barracón de leguleyos que inventara el siglo XX- al restaurante donde se ha celebrado una ceremonia tan letal para la propiedad intelectual. La prensa contaba el caso de esta guisa.
Las SGAE (AFIVE, Dama, CEDRO, Gedeprensa, etc.) que velan por los sacrosantos derechos de autor, que luchan con denuedo por la propiedad intelectual, batallas de las que se ven obligados a obtener un sabroso botín no pueden evitarlo- le han declarado la guerra a Internet. Porque, en efecto, la transmisión de información a través de la Red no hay quien la pare, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos por censurar la www. Ahora bien, sorprende todo este movimiento mundial en defensa de la propiedad intelectual, mientras el otro gran problema de la red de redes, la intromisión en la intimidad de las personas, queda totalmente desguarnecida. Claro que existe una diferencia clave entre ambas actividades: la defensa de la propiedad intelectual genera sabrosos dividendos, la defensa de la privacidad no genera más que dolores de cabeza.
Eulogio López