En Hispanidad no nos gusta publicar anónimos, pero éste merece la pena: resume con acierto el trauma de las prejubilaciones que, en la práctica, de voluntarias no tienen nada. Las prejubilaciones suponen prescindir de quien más experiencia tiene, y resultan muy caras. Ahora bien, los expertos en recursos humanos dicen que las cuentas salen, y las razones son muy sencillas: las prejubilaciones provocan, a través de la escala jerárquica, la sustitución de trabajadores bien pagados por otros que trabajan más horas, cobran menos y con contrato precario. Además, la dirección se libra de los técnicos y directivos que no tragan con cualquier cosa. De hecho, las prejubilaciones aumentan la docilidad de la plantillas y destruyen las estructuras sindicales.
El señor Gonzalez puede decir lo que quiera, pero las prejubilaciones no han sido, en la mayoría de los casos, voluntarias. No es voluntaria la firma de un contrato cuando existen amenazas veladas, presiones y coacciones. Se comunica la prejubilación y no hay más opción que aceptarla. Es un despido improcedente envuelto en palabrería. Es muy doloroso firmar un documento en el que se dice que se ha pedido esa situación voluntariamente. Es humillante marcharse a casa a los 50 años, habiendo entregado una vida profesional a una empresa, por el simple capricho de unos ejecutivos que demuestran con esa medida su fracaso más estrepitoso, cuando se comprueba que la búsqueda de la excelencia se ha quedado en los malabarismos de los ratios. Es muy preocupante el despilfarro de capital humano. Se ha invertido mucho dinero y tiempo en la carrera profesional de un ejecutivo de 50 años, para que cuando alcanza un nivel de madurez se prescinda de el. Las empresas no salen impunes de los caprichos de los ejecutivos. Ellos a veces, si. Esperemos que los accionistas al final, no sean los paganos.