Sr. Director:

Es posible que hace unos años, cuando se puso en solfa lo de la Unión Europea, alguien se sintiera ilusionado con la idea de sustituir las distintas nacionalidades por un ente supranacional que las sustituyera, al menos que consiguiera cohesionar sus distintas sensibilidades políticas para lograr una síntesis consensuada que permitiera establecer una legislación política básica para todas las naciones, a la que los distintos gobiernos se vieran obligados a acogerse.

La idea en principio era buena, pero es evidente que los padres de la UE no supieron valorar en su justa medida las fuerzas de las distintas nacionalidades. Creerse que naciones como Francia, Gran Bretaña o Alemania pudieran renunciar a sus raíces nacionales era tanto como soñar en la cuadratura del círculo. Estas particularidades racistas quedaron evidenciadas desde el principio cuando Gran Bretaña se negó a sustituir la libra por el euro. Posteriormente quedó de nuevo evidenciada con el fracaso de establecer una Constitución Europea por el rechazo de naciones como Francia y los Paises bajos.

Desde aquel momento la UE navega en un mar de confusionismo al que no ha favorecido, por cierto, la situación preelectoral francesa para elegir sustituto al señor Chirac. España, aunque formalmente prestó su conformidad, lo hizo previo una consulta en donde se pudo comprobar las diferencias irreconciliables entre los dos partidos mayoritarios. Diferencias que se han visto agudizadas con las aspiraciones separatistas de Cataluña y el País Vasco agravadas, en este último caso, por los esfuerzos de la ETA para chantajear al Gobierno y la pretensión de este de llevar el caso etarra al pleno de Estrasburgo para tratarlo como una cuestión política. Afortunadamente fracasó, pero aquí  queda este intento del gobierno español como muestra de las pretensiones de determinadas facciones políticas de utilizar las instituciones europeas en beneficio propio. Si esta misma actitud prevaleciera en todos los estados miembros de la Comunidad Europea no vemos como sería posible llegar a establecer un ideario común y después plasmarlo en unas normas constitucionales que obligaran a todos.

Al respecto me ha chocado particularmente un acuerdo político de los ministros de Cultura de la Unión Europea sobre la normativa que regulará en los próximos años la publicidad en televisión. Se supone que estos señores tienen la obligación de defender los intereses de los ciudadanos  de la UE para protegerlos de los excesos de los grandes loobies económicos, de los cartels y de los monopolios encubiertos que pretendan ejercer su poder mediático, económico o político para coartar sus derechos como personas libres. Contrariamente a lo que se podía esperar, los señores ministros han decidido dar su visto bueno a la televisión sin fronteras que ¡flexibiliza los límites de publicidad! Es decir, por si no era bastante que se inhibieran ante los abusos de las televisiones en materia de publicidad –que se saltaban a la torera las anteriores normas sin que, al parecer, nadie se enterara de ello ni se aplicase sanción alguna –; ahora deciden (Dios sabe las presiones y  los euros que  han contribuido a ello) que se debe eliminar el tiempo mínimo de emisión entre dos cortes publicitarios (veinte minutos en la actualidad). Eso sí,  en caso de películas, telefilmes, series documentales y programas infantiles e informativos,¡habrá un tiempo mínimo sin anuncios de 30 minutos! ¡Pásmense del despilfarro y de la consideración a los espectadores! 30 minutos sin anuncios nos conceden  a la sufrida audiencia, sin que tengamos que soportar la aburrida, pesada, absurda y machacante presión publicitaria de los grandes magnates del medio.¡ Tamaña generosidad nos confunde!

Otra de las perlas que proponen es la posibilidad de interrumpir informativos y películas para la introducción de "televenta" o publicidad encubierta. Lo importante es inculcarnos, subliminalmente, en nuestras pobres mentes las semillas para que, al germinar, despierten nuestros instintos de rapacidad adquisitiva ¡todo vale para promocionar las ventas! Por lo visto lo único que ha conseguido librarse de la epidemia anunciante han sido los servicios religiosos. Menos mal,  porque quedaría muy irreverente que mientras el sacerdote eleva la sagrada forma saliera un anuncio promocionando la venta de preservativos o de tampax para señoras  ¡digo yo!

Pues señores, si la Eurocámara no lo remedia y las asociaciones de consumidores no elevan el grito al cielo; a partir de unos meses los sufridos espectadores tendremos que regresar a los tiempos en los que para ver una película te tenías que acostar a la una de la madrugada. Claro que también puede suceder, como ya ocurre ahora, que las pausas para publicidad se usan para ir a hacer el pipí o para hacerse un cafetillo o para leerse el periódico, que aunque también esta saturado de publicidad es muy fácil saltarse las páginas que la contienen. Aunque, tengo que confesarles, que para mí, vista la clase de programas que nos ofrecen, la calidad ínfima de los mismos y su escaso interés creo que voy a optar por cerrar el televisor y aprovechar para irme a dormir; que tampoco es mala opción.

 

Miguel Massanet Bosch

MASSBOSCH@telefonica.net